Karen Arauz
Pocas veces hemos sido testigos de un accionar gubernamental, que siendo tan apegado al poder, haga lo imposible para perderlo de mala manera. Es inaudito que siendo permanecer en el poder su máxima aspiración, irracionalmente, hagan todo tan mal. Se han venido granjeando el repudio generalizado y han convertido a esta tierra, en un gran sembradío de odio e injusticia. Las malas semillas que han venido sembrando, obviamente solo producirá una mala cosecha. Y esto es exactamente lo que sucederá.
El 21F fue un día de gran dramatismo para el gobierno masista. En ese momento sintieron, como se les empezaba a escapar el poder como arena entre los dedos y eso es mucho más de lo que pueden enfrentar. Ante esa obsesiva manía de ver en otros las razones de su mal quehacer, se aferraron con todo lo que pudieron al impacto causado por una denuncia, que más bien fueron interrogantes sobre los vínculos por ellos mismos creados, entre el poder y el placer. Es así que la inocultable asociación del grupo gobernante con empresas que se adjudicaron cientos de millones de dólares en contratos tratados con la mayor liviandad, resultó indudablemente, en estridente alarma que sacó a muchos de su letargo.
Pero, darle todo el crédito de la derrota masista a este hecho, es una excusa. El rechazo a otra reelección, ya estaba establecido por factores acumulados por una década. Si bien es cierto que ha habido gente que estaba indecisa y esto le hizo inclinar la balanza, en la gran mayoría de los casos, no fue más que la gota que colmó el vaso. Bien haría el oficialismo, en poner en su verdadera dimensión, lo que ha significado el desfalco del Fondo Indígena, el caso terrorismo, El Porvenir, la Calancha, Chaparina, etc.etc ., porque eso y mucho más hizo que se vislumbrara cual sería la tónica de su gestión. Existen votos por el No, muy madurados, desde la génesis del gobierno masista.
La salida del gobierno el 22 de enero de 2020, los pondrá en una situación que prefieren ni imaginar. Toda la fiesta inolvidable que ha significado más de una década de celebraciones y alabanzas basadas en logros que nada tiene que ver con su relato, solo son consecuencia de vientos favorables llegados de muy lejos. Esta circunstancia es la que logró la conjunción perfecta entre un gobierno mitómano, que ha trastocado el razonamiento de decenas de miles de ciudadanos poco proclives a la reflexión y a encarar la realidad más allá de la ficción, y los ingentes ingresos registrados como nunca antes desde la fundación de la República. Acostumbrados a la vertiente tumultuosa de divisas, se han servido de ellas para materializar un juego de egos y monumentos ultrajantes de culto a la personalidad.
La mayoría parlamentaria en manos del Mas, se ha convertido en una vergonzosa representación que no sospecha lo que es la democracia representativa, habiéndola rebajado a triste delegativa. La Asamblea es casi una simple notaría donde se legaliza cualquier iniciativa que cruce la vereda en la Plaza Murillo. Sin preguntas, sin cuestionamientos. La elección del Defensor del Pueblo es una prueba clara de que lo que los asambleístas tienen, es una sui géneris opinión de sí mismos. Nunca, sin importar la gravedad de lo debatido, los dos tercios que ostentan, han podido (ni querido) poner sobre la mesa temas que sean de verdad vitales para mejorarle la vida a los demás. Basta y sobra su esfuerzo, para hacer de su vida, el sueño cumplido de su propia utopía. Creen haberse convertido en semi deidades que no admiten jamás un error, por leve que sea. Tomar en cuenta criterios de cualquier otra vertiente que no sea la propia, no tiene cabida en donde todos son siervos adoradores del poderoso que deja hacer y deja pasar. Mientras la obsecuencia sea total, están seguros que jamás serán abandonados a su suerte. En este escenario, es impensable que antepongan el patriotismo bien entendido, o aunque sea un leve sentido de equidad, sobre sus primarios apetitos personales.
Lo que se ha dado en llamar la telenovela o culebrón, es en realidad una verdadera tragedia. Sin reparar en los sórdidos detalles del caso, han puesto en entredicho no sólo la palabra presidencial en vívido testimonio del poco valor que le dan a la investidura, sino y sobre todo, los modos que se han dado para subvertir a todas y cada una de las instituciones de un Estado que merezca llamarse tal. Todos los poderes están postrados dejándonos un miserable saldo de orgullo nacional.
La imputada- denunciante, lleva sola sobre sus hombros, toda la responsabilidad del accionar corrupto para lo que ha sido muy bien utilizada. A sus denuncias, el poder no solo le exige pruebas que muy bien ellos mismos le han sustraído, sino que además encarcelan a sus defensores, escribiendo el necrológico al estado de derecho y al legítimo derecho a una defensa justa.
La postración de todos los poderes, -sobre todo de la justicia- a los mandatos inmorales de una cúpula encaramada en el poder, es una demostración de falta de respeto por el país y una absoluta carencia de ética y valores personales.