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El transporte público se convierte en un gran dolor de cabeza en ciudades que sufren un crecimiento demográfico acelerado pues la población exige y necesita medios para ir de una lado a otro de bajo costo. Ese dolor se agrava cuando falla la planificación, para organizarlo adecuadamente respecto a sus rutas, horarios, número de líneas y cobertura como también las características y cantidad de unidades más el estado y mantenimiento técnico de las mismas.
No todos los “micros” pueden circular por las mismas calles y tener las mismas paradas, no todos pueden trabajar en zonas específicas de la ciudad (el centro) así como tampoco todos pueden pasar por los mismos lugares en horas iguales. Deben ser organizados en líneas que cubran de manera equilibrada los diferentes barrios o distritos de la urbe de acuerdo a ciertos parámetros que van desde la densidad poblacional hasta la presencia o no de otras formas de transporte en los mismos (taxis, taxitrufis, etc). Dependiendo del diseño urbano de la ciudad se debe regular que clase de buses pueden servir para el transporte público, es decir, no podemos aprobar la circulación de unidades que por su envergadura complican el tránsito del resto de los vehículos y “taponean” nuestras calles, tampoco podemos incluir buses pequeños que no cubren la demanda del servicio y eso obliga a que se reproduzcan en número ocasionado congestionamiento por doquier. En relación a las características de la ciudad e incluso de zonas en ella se debe definir qué clase y cantidad de micros pueden trabajar, o sea, en una urbe con un centro lleno de edificios o construcciones elevadas y calles angostas los micros provocarán sobrecalentamiento producto del funcionamiento de los motores y se percibirá con mayor fuerza los efectos de la polución, lo que puede no suceder en otras zonas más abiertas aunque el aspecto medioambiental merece también ser abordado con igual prioridad porque en el marco de construir una ciudad limpia no solo podemos pensar que se trata de no ver basura en sus calles y avenidas, sino también contar con una urbe limpia de gases, de contaminación auditiva, etc…todos estos elementos sumados a otros van consolidando una ciudad amable en la que la calidad de vida prima basada en el bien de interés común.
En Tarija sin duda el transporte público es un dolor de cabeza simplemente porque quienes tienen la responsabilidad nunca se atrevieron a ponerle el “cascabel al gato” en su debido momento por cálculo político, ineficiencia, negligencia, falta de interés. El estado de los buses o “micros” es deplorable, un parque automotor demás de 10 o 15 años de antigüedad, en mal estado técnico y en muchos casos con choferes que desconocen o no obedecen las normas de tránsito porque literalmente “hacen lo que quieren”, se creen “dueños de la calle”, las paradas establecidas son solo decorativas, se detienen en el lugar que quieren, cuando quieren, sin el menor cuidado y respeto, sin activar sus luces de parqueo ni hacer señal alguna. Están por todos lados, saturan la ciudad, están mal organizados y distribuidos y prestan un servicio deficiente que la población usa por necesidad más que por propia decisión. Un servicio peligroso y riesgoso a pesar de las “famosas inspecciones técnicas” que no se sabe qué inspeccionan en realidad. La ausencia de Autoridad en este ámbito es más que evidente, no hay quien ponga orden, quien siente precedentes, quien se preocupe por la ciudad y replantee esta realidad. Porque lo peor que nos puede pasar es contar con autoridades a las que no les importa los problemas de la gente y encima nos acostumbremos y resignemos a que así tenemos que vivir cuando es posible si se quiere, si hay voluntad, proyectar esta urbe hacia un horizonte en el que de verdad la calidad de vida se valore y se desarrollen políticas serias que permitan el despegue de pueblo del siglo XX a ciudad del siglo XXI.