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La sociedad, la población necesita sentirse segura, sentirse protegida, por eso ha generado o inventado instituciones que atiendan sus requerimientos, en éste caso la Policía, la protectora de todos. En Bolivia, aunque su realidad no es muy distinta a la de otros países, su prestigio ha ido cayendo en picada desde siempre, por innumerables denuncias en contra de sus efectivos, por muchos casos demostrados en los que se ven involucrados en corrupción y violaciones a la ley, por la vinculación de algunos de sus miembros con la delincuencia, con el crimen organizado.
Siempre vimos en un oficial de policía a alguien a quien podríamos recurrir buscando ayuda, alguien que nos protegería, pero ahora esa imagen se fue diluyendo y la desconfianza de la gente se fue imponiendo al punto de ver a la institución verde olivo como una amenaza. No pretendemos crucificar a la Policía boliviana porque conocemos lo que sucede en otros países hasta de los llamados del primer mundo, pero nos toca enfrentarnos a nuestra realidad y lamentablemente es ésta. Hemos sabido de situaciones en las que oficiales se ven involucrados en robos a domicilios, atracos a negocios y bancos, secuestros, narcotráfico, fuga de presos, etc., la lista es demasiado larga pero nos revela una crisis muy profunda.
El último suceso habla de la violación de una muchacha dentro de una patrulla y en manos de tres efectivos, ya se llegó a un límite intolerable, lo que nos lleva a plantearnos varias preguntas sobre lo que está pasando y de qué y para qué nos sirve tener Policía, qué tan vinculada o no está a los mal vivientes, qué se les enseña e inculca a quienes se inscriben en la Academia Nacional de Policía, qué estudian, si se trabaja en el fortalecimiento de los valores sociales y morales, cómo se reafirma su conciencia de servidor público y no sólo eso, de defensor público. Queda la duda si se revisa el perfil sicológico de los futuros policías, si son aptos para administrar el poder y la responsabilidad que tienen. Si se controlan y verifican sus antecedentes antes de entregarles la placa y el revolver. Al parecer estamos fallando de raíz, porque pasan las décadas y tenemos los mismos problemas, ya no es la Policía pobre de antes, esta mejor equipada, con mayores y mejores instrumentos, pero eso no hizo que cambien los malos hábitos. Estamos absolutamente seguros que hay buenos policías, de los que creen con firmeza en el papel que juegan y lo practican fielmente, esos héroes anónimos que están ahí prestos para tender la mano salvadora… pero cada día parece ser más difícil encontrarlos. Lo que esta sucediendo obliga a una mirada profunda hacia adentro, a la identificación de las causas y a la imposición urgente y drástica de transformaciones radicales.