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Neus Tomàs

Cualquier sociedad puede dar la espalda a la democracia, solo hacen falta las condiciones necesarias. La periodista Anne Applebaum (Washington DC, 1964) describe en ‘El ocaso de la democracia’ (Debate) cómo el autoritarismo ha seducido a una parte de intelectuales, dirigentes y votantes de la derecha tradicional en Polonia, donde ella vive, pero también en la Hungría de Viktor Orbán, la Gran Bretaña del Brexit, los Estados Unidos de Trump o la España de Vox.

Este ensayo empieza en una fiesta de Nochevieja. Era 1999 y Applebaum y su marido, que entonces era viceministro de Exteriores del gobierno de centroderecha polaco, invitaron a varios amigos a su casa, en Chobielin. Muchos eran de la zona, pero también asistieron periodistas de Londres y Moscú, amistades de Nueva York y diplomáticos como su esposo. Todos tenían una opinión parecida respecto a qué es la democracia. Dos décadas después, la autora y ese día anfitriona reconoce que cruzaría la calle para evitar encontrarse con algunas de las personas que estuvieron en su casa ese Fin de Año, del mismo modo que más de un invitado ni siquiera admitiría que estuvo en la fiesta.

La distancia política puede acabar convirtiéndose en personal. En este caso es una división en el seno de la derecha polaca, pero lo mismo ha sucedido en la húngara, la francesa y con algunas diferencias en la británica y la estadounidense. En España, la derecha tradicional, encarnada por el PP, sigue sin tener clara su estrategia respecto a la extrema derecha. Se trata, en la mayoría de países, de una fractura entre los conservadores como Applebaum que defienden el Estado de derecho y el libre mercado, alineados con la democracia cristiana europea o el Partido Republicano que encarnaba John McCain, y formaciones como Ley y Justicia, la de los gemelos Kaczynski, cuya radicalización, especialmente tras la muerte de uno de ellos, la ha convertido en una de las formaciones autoritarias de referencia para la extrema derecha, al igual que el Fidesz-Unión Cívica Húngara con Orbán al frente. El mismo Orbán con el que, como la propia autora reconoce, compartía «bando» en la década de los 80.  

Applebaum, que ganó en el 2004 el premio Pulitzer de ensayo con ‘Gulag’ (Debate), describe cómo la irracionalidad puede abrirse camino entre una parte de la ciudadanía aparentemente alejada del populismo. «Los autoritarios necesitan a personas que sepan utilizar un sofisticado lenguaje jurídico, que sepan argumentar que violar la Constitución o distorsionar la ley es lo correcto. Necesitan a gente que dé voz a sus quejas, manipule el descontento, canalice la ira y el miedo e imagine un futuro distinto», escribe. Los encargados de crear esa realidad alternativa, con la ayuda de modernas técnicas de propaganda y destreza en las redes sociales, son miembros de la élite culta e intelectual, muchos de los cuales no hace tanto estaban clasificados en la categoría de derecha, ya fuese porque encajaban en la descripción tradicional o porque se consideraban liberales.  

Esas élites, a las que la periodista conoce tan bien porque han compartido espacios de privilegio, contribuyen a la causa autoritaria desde sus plazas en la universidad o sus tribunas en los medios. Alimentan el racismo en países como Hungría, donde la inmigración es testimonial o señalando a los europeos que trabajan en Gran Bretaña como peligros para la identidad de la nación. Hacen sonar los tambores del odio, en acertada definición de la periodista, para convertir mentiras como las del Brexit -gracias a una campaña como la de ‘Vote Leave’ basada en el juego sucio y con más dinero del autorizado en publicidad en Facebook-, en verdades incuestionables a ojos de muchos ciudadanos. «Con el paso del tiempo, esas ideas calaron cada vez con más intensidad, hasta el punto de que poco a poco generaron nuevas divisiones, alteraron las relaciones y cambiaron las mentalidades», rememora al recordar cómo la lucha contra «Europa» caló en Inglaterra (mucho menos en Escocia, Gales e Irlanda del Norte). 
La autora recurre a otra ensayista, la rusa Svetlana Boym, y su obra ‘El futuro de la nostalgia’ (Antonio Machado libros), para introducir un elemento común en la mayoría de movimientos que han nacido en la derecha y han acabado convirtiéndose en extrema derecha. Se trata de la nostalgia, o más bien en una manera de concebir la nostalgia. Son los que Boym denomina nostálgicos «restauradores», artífices de proyectos políticos nacionalistas y que, según esta definición, buscan reconstruir el hogar perdido y reparar las lagunas de la memoria. Quieren, como resume Applebaum, la versión Disney de la historia y quieren vivir en ella, aquí y ahora. 
Entre los entrevistados que aparecen en el libro está Rafael Bardají, uno de los ideólogos de Vox y que como tantos otros procede del ‘establishment’ del centroderecha. Fue asesor de Aznar, apodado como Darth Vader, algo que no parece molestarle mucho puesto que su foto en Twitter es la del oscuro personaje de Star Wars. Bardají tenía contactos en la Administración Trump e importó algunos de sus mensajes y otros los adaptó a polémicas específicas como el debate catalán. Es sociólogo y pronostica que la polarización de la política española es ya de carácter permanente. Lo que no hace es asumir que Vox contribuye de manera fundamental a que esto sea así. «La política es una guerra por otros medios; nosotros no queremos que nos maten, tenemos que sobrevivir… Creo que en la política actual el ganador se lo lleva todo», señala en conversación con Applebaum.

Al final, lo que Orbán, Bardají o el ex estratega de la Casa Blanca Steve Bannon tienen en común es que han conseguido que una perversa equivalencia, la de que en el fondo la democracia no es tan distinta de la autocracia, gane terreno en las democracias liberales y esté normalizada en muchas instituciones y medios de comunicación. Ese es su éxito.