“El secreto para tener un corazón que sienta y comprenda; radica, en buena parte, en la escucha y en reavivar el entusiasmo cooperante”.
Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor
Resulta emocionante ver a los jóvenes con un estado de ánimo siempre dispuesto, máxime si utilizan ese genio vivo para el mantenimiento de la paz, desplegándose por todo el mundo para llevar aliento a tantas gentes hundidas en la desesperación. Hay que reconocerles su mérito, pues cada día hay que enfrentarse a mayores desafíos y amenazas, y el contar con su colaboración para ayudar a desarrollar una mayor calma entre análogos, lo considero verdaderamente primordial. Indudablemente, son agentes necesarios y claves del cambio, con el que soñamos más de uno, para la reconstrucción de sociedades justas y armónicas. Ahora bien, quizás los adultos tengamos que dejarles una mayor autonomía, en cuanto a un desarrollo de valores y principios, brindándoles un conocimiento sano y las oportunidades que necesitan para avanzar, sobre todo interiormente. Para empezar, no me gusta esta economía productiva que aborrega y esclaviza, que utiliza y pervierte. No son las ideologías las que nos dan quietud, sino otras vías más entrañables que permiten, poseer el tiempo necesario para interrogarnos y poder discernir.
Lo hermoso que es pertenecer a una familia pensante, tiene que ponernos en movimiento hacia esa unión y unidad, lo que requiere desarrollar una personalidad coherente y equilibrada, capaz de asumir cada cual su misión responsable. De ahí, lo importante que es que los jóvenes adquieran la educación precisa y las habilidades necesarias para contribuir a un entorno más humano. Sea como fuere, no podemos continuar con este ambiente crispado y deshumanizado por completo. El secreto para tener un corazón que sienta y comprenda; radica, en buena parte, en la escucha y en reavivar el entusiasmo cooperante. Desde luego, no debemos encerrarnos en nuestras miserias, es menester abrirse y reabrirse permanentemente Será esperanzador, por consiguiente, aprovechar el potencial de los chavales para la alianza entre semejantes. En la actualidad, nos consta que decenas de miles de jóvenes del personal de mantenimiento de la paz (de entre 18 y 29 años de edad) están desplegados en todo el mundo y desempeñan un papel fundamental en la protección de los civiles, entre otras cosas. Son, precisamente, estos sueños de lozanía primaveral; los que nos invitan a crecer, desde las raíces del ser y del saber estar.
En efecto, todo lo que el árbol tiene de florido, proviene de lo que enraíza. También nosotros, los seres humanos, el futuro lo proyectamos desde esa hondonada de la conciencia de pertenencia a los vínculos vividos, auxiliándonos unos a otros. De ahí, lo trascendente que es volver a las culturas del origen, a la pertenencia de las fuentes ancestrales, a la espera de proseguir haciendo familia, ofreciendo vida, tejiendo esperanza, en un momento de gigantescas transformaciones sociales. Mal que nos pese, únicamente el espíritu joven tiene la fuerza del cambio, que debe de partir de una actitud más solidaria y de una concepción más entregada, a través del amor y la sabiduría. Nos alegra, por tanto, que esa medida del corazón juvenil tome cognición, ya no solo de los conocimientos adquiridos, también como razón de vida y de continuidad existencial. Es cierto que llevamos con nosotros el desafío de la concordia. Naturalmente, el momento no es fácil para nadie, tenemos muchas situaciones injustas, pero las energías que brotan de un alma joven, debe de instarnos a un cambio de mentalidad. Quizás nos haya faltado construir una nueva civilización más fraterna. Confieso, además, que todo parte de un ánimo noble; y en esto, la frescura del doncel es nuestro mayor tesoro.
En medio de tantas desdichas, las gentes de pacto que han sido educadas en el espíritu clemente, han de consensuar latidos, poniendo en valor los derechos humanos, el coraje de la justicia y el de la participación. Al fin y al cabo, es entre todos como se fraguan nuevos horizontes, pero con mayor baluarte son los aires de la mocedad que han bebido de los manantiales de la verdad, los que forjan una nueva senda de luz y savia. Por ello, es menester que los líderes en su conjunto, en nombre de los jóvenes, pongan en acción el deber de ofrecerles ilusión. ¡Qué menos! Lo que no es de recibo es que condenemos a la juventud a un mundo peor y a un porvenir de resignación sin alternativas. Evidentemente, el potencial humanitario no se alcanzará mientras las desigualdades y la discriminación contra la gente en formación continúen siendo un lugar común, y la mancebía carezca de oportunidades para que se atiendan sus gritos. Por desgracia, olvidamos que la gente joven es la mejor opción para enmendar tropiezos y trabajar de forma innovadora en el combate de tantos desajustes que nos dejan sin aire, además de dividirnos. La misma tecnología, que utilizan los adolescentes a todas horas, también ha de ser una herramienta más para la conciliación. Lo significativo, en suma, es que el verdor de un nuevo amanecer prosiga con su ansiada cosecha de anhelos pacifistas.