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FUENTE: MUYINTERESANTE.ES

Son muchas las conexiones que se han establecido entre comida y sexo, a todos los niveles. Desde que algunos alimentos, como el marisco o el chocolate, pueden tener efectos afrodisíacos, hasta que determinadas frutas pueden recordar estéticamente a un pene o una vulva.

Pero esos vínculos no dejan ser más o menos espurios. La primera persona que quiso relacionar comida y sexo de forma científica (aunque ciertamente heterodoxa) fue un psicólogo austriaco freudiano llamado Ernest Dichter.

Sus teorías acabaron siendo populares cuando empezó a asesorar a empresas de alimentación a nivel de marketing.

La salchicha de connotaciones fálicas

Para Dichter, había comida eminentemente masculina y comida eminentemente femenina. Haciendo gala de su formación freudiana, vertió afirmaciones bastante obvias con la forma de la comida para poder separarla por sexo. Así, si bien la comida era generalmente femenina, si el alimento tenía forma vagamente fálico, como un pene, era masculino.

Eso incluía los espárragos, por ejemplo, pero también las salchichas.

Dietcher también afirmaba que las naranjas o el pollo asado no eran ni masculinos ni femeninos, sino ambos a la vez: eran alimentos bisexuales.

Todas estas asociaciones, naturalmente caprichosas a nivel científico, fueron el corpus teórico al que recurría para impresionar a las marcas que contrataban sus servicios. Según Dietcher, comprendiendo la reacción subconsciente y psicológica que los consumidores experimentaban con la comida en función de su sexo (el de la comida y el del consumidor propiamente dicho), se podía influir en las decisiones de compra.

Los conocimientos de Dietcher no le llegaron por inspiración o reflexión, sino mediante sesiones que realizaba con grupos de consumidores, normalmente amas de casa, que tenían un estilo similar a una sesión de psicoterapia. En contraste con los métodos estándar de investigación de mercado de la época que buscaban cuantificar lo que los consumidores estaban haciendo, Dichter estaba interesado en por qué los consumidores tomaban decisiones de compra dadas.

Con todo, además de verter teorías de dudoso respaldo científico, Dietcher hizo contribuciones destacables a propósito de las motivaciones de los consumidores. No en vano, es conocido como el «padre de la investigación motivacional».

Para ganarse aquel título, dirigió importantes investigaciones en un castillo con vistas al río Hudson, en Croton-on-Hudson, Nueva York: el llamado Instituto para la Investigación Motivacional. Allí llegó a desarrollar singulares experimentos con niños del pueblo vecino, que debían jugar con juguetes o ver la televisión mientras eran monitorizados por investigadores a través de un cristal unidireccional.

Un ejemplo muy citado de los estudios de Dichter es el intento de comprender por qué las personas usan encendedores de cigarrillos. La explicación consciente es que los encendedores se emplean para encender cigarrillos, pero a un nivel más profundo e inconsciente las personas usarían encendedores porque les otorga cierto dominio y poder.

Según Dichter: «La capacidad de convocar fuego inevitablemente le da a cada ser humano, niño o adulto la sensación de poder. Las razones se remontan a la historia del hombre… la capacidad de controlar el fuego es un antiguo símbolo de la conquista del mundo físico por parte del hombre».

El sociólogo Vance Packard, un importante investigador sobre el sistema de consumo norteamericano y sus excesos, así como los efectos de la publicidad sobre la población y los métodos psicológicos del marketing, llegó a comparar los procedimientos de Dichter con «el mundo escalofriante de George Orwell y su Gran Hermano». Para Packard, la mansión gótica de Dichter era una fábrica siniestra que fabricaba e implantaba deseos autodestructivos. Afortunadamente, gran parte de lo que intentó postular nunca se ha podido demostrar como cierto a nivel científico.