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La derrota tiene una virtud: te vuelve mejor persona. La victoria tiene un defecto: no hay nada que aprender.

«Una vez amé, creí que me amarían, pero no fui amado. No fui amado por la única gran razón: porque no tenía que ser».

Fernando Pessoa

«Todo dura un instante», escribía el poeta alemán Hölderlin (1770-1843). «La belleza es una verdad trágica», pensaba John Keats (1795-1821); y nosotros vivimos sin cuestionar nuestros fracasos sentimentales. Pero quizás es momento de confiar en la capacidad del ser humano para alcanzar el auto-conocimiento; quizá mediante la lectura se puedan encontrar las respuestas que durante tanto tiempo nos son negadas.

El desamor que trae consigo el olvido nos confunde como un golpe certero en las costillas, y nos mantiene aletargados y encorvados, con una sensación de pesadumbre que nos incapacita para darle vuelta al rencor. No es de extrañarse que la decepción en el amor sea incluso más frecuente que el amor mismo; y por ello, la obtención del placer o del somnífero de sustancias nocivas sean la salida rápida para un grupo de personas que no quieren pensar, o que temen descubrir lo que les lleva a aceptar relaciones tóxicas. El temor al dolor ha sustituido al placer de la entrega amorosa, y la capacidad de ceder se ve sesgada desde una perspectiva contemporánea sustentada en el individualismo, en donde jamás seremos capaces de comprender y resignarnos a una pérdida que —en la mayoría de los casos— sólo forma parte del camino a la evolución de una persona.

Sin tropezar, resultaría imposible notar el paso de la primavera al invierno; seríamos incapaces de notar la soledad contemporánea y estaríamos discapacitados para comprender a los desafortunados que sin pedirlo han tocado este mundo. Uno de los derechos fundamentales de los seres humanos debería ser el la capacidad de tener esperanza, y es allí donde el arte nos ayuda, todas esas situaciones que parecieran no tener otro consuelo que el de la ficción, ya que nuestra alma obtiene la explicación tan necesaria a través de la narración vital de la experiencia.

Probablemente, condenados a pasar nuestra vida en una cárcel infranqueable o en una ciudad carente de personas para amar, una biblioteca sea el único motivo para esperar con ansias el nuevo amanecer. Nadie subestima a la ciencia y la sabiduría consciente; lo único que ocurre es que no proporciona un objetivo interior, un sentido por el que vivir. Sigue dejando al hombre esencialmente solo.

En la famosa película ganadora del Oscar, The Shawshank Redemption (1994), basada en la novela de Stephen King, el personaje principal, Andy Dufresne —condenado a cadena perpetua por un crimen que no cometió— hace referencia al poder la esperanza. Crea una biblioteca en un cuarto sepultado en el estiércol para los presos. Mediante el conocimiento y la sensibilización de las almas prácticamente sepultadas en la obscuridad de los presos, logra mantener la mente ocupada y el sentimiento de la esperanza vivo en su ser; logra sobrevivir décadas en un escenario completamente desfavorable para cualquier persona inocente de la maldad del mundo.

El sentimiento de prosperidad en nuestra vida es tan necesario como el milagro de enamorarse. Parafraseando a Roberto Bolaño: «Tener el valor sabiendo previamente que vas a ser derrotado y salir a pelear: eso es la literatura». Así que disfrutemos de lo que la vida tiene para nosotros, sin olvidar la caída a la que somos vulnerables. No temamos al fracaso en el amor o en otros aspectos, ya que, la derrota tiene una virtud: te vuelve mejor persona. La victoria tiene un defecto: no hay nada que aprender.

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