Luis Manuel Arce
Lo que sucedió por iniciativa del gobierno del presidente Donald Trump con los niños inmigrantes separados a la fuerza de sus padres recuerda mucho lo que ocurrió con los infantes judíos en el gueto de Varsovia a inicios de la II Guerra Mundial y en otros lugares de la población judía.
Pasaron casi 80 años de aquellas escenas en la capital polaca —reproducidas en tantas películas— en las que los niños judíos eran separados de sus progenitores por las temibles Schutzstaffel (SS), y entre llantos y angustia veían cómo sus padres y madres eran metidos a la fuerza en vagones del ferrocarril para llevarlos a campos de exterminio en Treblinka.
Lo que distingue aquella aberración nazi con los niños judíos de esta otra con los centroamericanos es que en Estados Unidos no hay un Treblinka para masacrar a los padres, y en lugar de cámaras de gas los matan de angustia al separarlos de sus hijos.
La tolerancia cero respecto de inmigrantes centroamericanos y mexicanos tiene igual fundamento político e ideológico que el fascismo de Hitler, y como en el nazismo predomina el mismo sentimiento supremacista y discriminador que servía de base al slogan de la superioridad aria.
Primero con la creación de ghettos y luego con los campos de exterminio como el de Oswiecin (Auswitz), Adolfo Hitler proclamó preservar la sociedad aria de una contaminación judía sobre la base de criterios maximalistas, como Trump pretende con la construcción de un muro en la frontera con México como si aislar a su propio país de los vecinos más cercanos fuera la solución de un problema migratorio con raíces tan profundas.
“Estados Unidos primero”, la consigna nacionalista predilecta de Trump, es lo más parecido a los fundamentos del nacionalsocialismo de aquella Alemania aria nacida para dominar el mundo por los poderes atribuidos a esa etnia, los cuales condujeron a la II Guerra Mundial con todas sus malas consecuencias y secuelas que llegaron hasta nuestros días.
La diferencia entre Hitler y Trump no es exagerada ni está precisamente en los niveles de inteligencia de uno y otro, sino más bien en que el fascista alemán odiaba a todos los judíos, incluidos los sionistas, mientras que el neonazi norteamericano es protector de Israel y su principal aliado en las masacres de palestinos y el expansionismo que seguirá sembrando muertos en los territorios árabes ocupados por el sionismo.
Aunque parezca insólito, en Washington y Tel Aviv con Trump y Nentayahu han convergido hermanados dos dogmas y conceptos ideológicos racistas que chorrean sangre, sudor y lágrimas: el fascismo y el sionismo, una mezcla aterradora.
Hay un trágico contraste entre lo ocurrido en el gueto de Varsovia y la matanza de palestinos desde la franja de Gaza, a quienes francotiradores israelíes cazaban como conejos, incluidos niños y madres.
Con la separación violenta de sus padres de unos seis mil niños centroamericanos, según cálculos imprecisos, Trump fue tan lejos como Herodes cuando inició la cacería a muerte del niño Jesús.
Extraído de Cambio