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El horror

Por Ramón Grimalt

El último dictador no me miraba a los ojos, se mostró esquivo durante los noventa minutos que duró la entrevista. Admito que tampoco saqué información relevante y aunque lo intenté, fue en vano. El general Luis García Meza se limitó a repetir un relato construido durante todos estos años que en definitiva ha resultado muy conveniente a la hora de abrir un inmenso paraguas y evadir la cadena de responsabilidades: Hugo Bánzer es el culpable de todo.
Evidentemente Bánzer era quien movía los hilos de las Fuerzas Armadas y, por lo tanto, ejercía un poder absoluto acorde con los lineamientos de la doctrina de seguridad nacional que proponía Washington en su lucha contra el comunismo en América Latina. Pero García Meza fue un factótum, una pieza clave en las tareas específicas de represión sistemática de cualquier célula democrática o izquierdista. Su mano derecha, aunque él me lo haya negado hasta tres veces, fue Luis Arce Gómez, hoy preso en Chonchocoro. Deslindar la sociedad entre ambos no corresponde a la historia de aquellos aciagos días de dictadura, brutalidad, miedo y violencia cotidiana, donde cada boliviano caminaba por la calle con el testamento bajo el brazo. Es posible que Arce Gómez, díscolo y ególatra, actuara por libre dando rienda suelta a sus apetitos más salvajes; pero García Meza era el presidente y cabeza del gobierno militar. Por supuesto, en el seno de las Fuerzas Armadas se cocían habas de todo tipo; no había uno de sus miembros que no apeteciera ocupar la poltrona de Palacio Quemado. García Meza me dijo sin ambages que las conspiraciones estaban a la orden del día y sí, efectivamente, ese argumento me resultó bastante creíble. Otras cosas, no tanto.
Por ejemplo, negó cualquier participación en el asesinato de Marcelo Quiroga Santa Cruz y volvió a responsabilizar a Bánzer; señaló que siempre fue objeto de la extorsión mafiosa del alto mando militar; se desmarcó de cualquier conexión con el narcotráfico y con el caso La Gaiba. En resumidas cuentas, se mostró como la víctima inocente de una trama orquestada por terceros, en la que nunca tuvo una participación activa, sin pasiva. García Meza sólo fue el administrador de un Estado de corte criminal donde los intereses creados de unos pocos prevalecían sobre los derechos de una sociedad amedrentada. No mató a nadie, pero ordenó muertes.
Hoy, esa sociedad boliviana, heredera de los hijos de la transición democrática, recuerda al dictador como un canalla que no mereció ningún tipo de honor militar en su funeral, al contrario que Bánzer que tiene más muertos en el armario. Al expresidente lo salvó su conveniente adscripción a la democracia; García Meza tuvo la desgracia de ser el rostro más visible del horror. Parafraseando a Joseph Conrad: “El horror, el horror”.