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Agencias

La previsión de que el presidente ruso ganará fácilmente un cuarto mandato el domingo no sorprende a nadie. De niño, en un lúgubre apartamento comunal soviético, Vladimir Putin era un luchador que soñaba con ser operador político: se entrenó diligentemente en las artes marciales y entró audazmente en una oficina de la KGB para preguntar cómo hacerse espía.

Como el líder de Rusia en el siglo XXI, ha sido el epítome de ambos rasgos. Vladimir Putin luchó contra los rebeldes chechenos, dirigió la anexión de Crimea y, supuestamente, aprobó una campaña amplia y disimulada para socavar la democracia estadounidense.

Parece imposible distinguir al hombre del puesto.

Como líder de Rusia desde la víspera del Año Nuevo de 1999 (pasó a ser primer ministro de 2008 a 2012, pero aun así se le veía al mando), a Vladimir Putin le encanta ser el centro de atención. Ahora, con 65 años, se han desvanecido en su mayoría aquellas demostraciones de destreza física (como la de montar a caballo con el pecho desnudo), pero sus conferencias de prensa anuales (de varias horas de duración) y los programas de televisión con llamadas telefónicas de los ciudadanos reflejan vigor y disciplina.

Pocos políticos, si es que hay alguno, han salido más rápidamente de las sombras para acaparar los reflectores en el país y en el extranjero. Antes de ser nombrado primer ministro del presidente Boris Yeltsin en agosto de 1999, había sido jefe del Servicio Federal de Seguridad, una de las agencias sucesoras de la KGB, lo que no es de por sí una posición de alta visibilidad.

Muchos observadores lo consideraron una mediocridad gris en ese momento, sugiriendo burlonamente que su servicio con la KGB en el entonces amigable territorio de Alemania Oriental indicaba que no había sido muy hábil como agente de inteligencia. Yeltsin nombró primeros ministros a un ritmo alarmante y Vladimir Putin podría haber sido el último en entrar por la puerta giratoria.

Sin embargo, al mes siguiente, mostró su carácter al comentar los primeros días de la segunda guerra contra los rebeldes chechenos, diciendo: «si los capturamos en el retrete, los mataremos en el retrete». Firme, “macho” y con un toque de lenguaje burdo: su comentario pareció revelar la esencia de un Vladimir Putin formado en su juventud.

Cuando asumió como presidente interino tras la dimisión de Yeltsin, su lenguaje se volvió más refinado, pero sus palabras eran igual de duras. «Quiero advertir que cualquier intento de ir más allá de la ley rusa… será reprimido decisivamente», dijo.

Putin nació el 7 de octubre de 1952, de padres obreros, en Leningrado, ahora San Petersburgo, una ciudad impregnada de recuerdos del terrible sufrimiento de los casi 900 días de asedio nazi en la Segunda Guerra Mundial. Uno de los hermanos mayores de Vladimir Putin murió de difteria durante el sitio nazi y el otro murió pocos meses después de nacer.

Según entrevistas publicadas después de su nombramiento como presidente interino, Vladimir Putin y sus padres vivían en un lúgubre apartamento comunal con un inodoro precario al final del pasillo.

Putin dijo entonces que decidió responder a estas circunstancias duras convirtiéndose en un «hooligan» desde la infancia. En su adolescencia temprana, Vladimir Putin canalizó sus tendencias agresivas hacia las artes marciales, un deporte que practicó ávidamente hasta finales de la madurez.

En su adolescencia, Vladimir Putin aspiró a ingresar a la KGB, aparentemente más por la sensación de aventura que por ideología, y pudo hacerlo después de graduarse de la Facultad de Derecho de la Universidad de Leningrado en 1975.

Putin trabajaba en la contrainteligencia, monitoreaba a los extranjeros en Leningrado y en 1985 comenzó su trabajo en Dresde, Alemania. Regresó a Leningrado en 1990 y comenzó a trabajar para el alcalde reformista de la ciudad. Vladimir Putin renunció a la KGB un año después, en el segundo día del fallido intento de golpe contra el líder soviético Mijail Gorbachev, que fue respaldado por la KGB.

Putin se casó en 1983 con Lyudmila Skrebneva, una azafata de Aeroflot que más tarde fue profesora universitaria de alemán. Treinta años más tarde, la pareja apareció en la televisión estatal en una falsa entrevista casual para anunciar que estaban a punto de terminar su matrimonio. Se dijo entonces que Vladimir Putin estaba demasiado dedicado a su trabajo como para ser un marido atento.

A pesar de los rumores de un coqueteo con una estrella de gimnasia femenina, Vladimir Putin se presenta públicamente como un hombre recto y abstemio. Rara vez se le ve con un vaso de vodka y casi nunca bebiendo.

Aunque hay versiones de que Vladimir Putin ha acumulado una vasta riqueza, muestra poco gusto por la ostentación real fuera de las salas doradas del Kremlin. Su cara pública es una versión más vieja pero mejor alimentada del adolescente rudo de una zona pobre de la ciudad, decidido a dominar.