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«Llegué a convencerme de que era mi culpa, de que me había vestido justo para que él quisiera tocarme sin poder controlarse».

El miedo más insufrible que jamás hayan sentido, eso es lo que sintieron las mujeres que se armaron de valor para contarme cómo fue uno de los peores días de sus vidas. Tristemente, no me sorprendió ni la edad a la que sufrieron su primer acoso, ni la forma en la que un hombre se aprovechó de ellas; lo que me impactó fueron los patrones que descubrí que conectan a las mujeres que han vivido la desafortunada experiencia de ser acosadas.

¿Por qué todas se sintieron culpables? ¿Por qué intentaron convencerse de que todo había sido parte de su imaginación? ¿Por qué prefirieron callarse? ¿Por qué ninguna sabía lo que tenía que hacer?

Todas esas preguntas me taladraron la cabeza al sentarme a escuchar o leer los relatos de las valientes mujeres que revivieron una terrible parte de su historia por una buena causa. Más que reescribir lo que ellas me contaron sobre la primera vez que las acosaron, tengo la intención de encontrar las similitudes que unen a esas mujeres y –probablemente– a la mayoría de nosotras, con el fin de evitar que otra de nosotras pase por esta injusta y traumática situación.

«Esto me hizo más fuerte pero no es algo que te tenga que pasar para que seas mejor…»

–Anónimo

La primera mujer a la que entrevisté le ocurrió en la universidad. Ella cursaba la carrera de psicología y, en ese momento, su mayor ambición era convertirse en la mejor estudiante de su generación. Uno de sus profesores fue quien la acosó en diversas ocasiones; un día –a través de engaños– la citó en su consultorio para «ayudarla con clases extracurriculares». Cuando vio la oportunidad, después de intimidarla y humillarla con ciertos comentarios, él la arrojó en su diván y se abalanzó sobre ella para besarla a la fuerza. La persona que compartió esto conmigo tuvo la fortaleza de levantarse y salir corriendo de ahí, además de la suerte de haber estudiado psicología, pues gracias a eso ella supo que tenía que mostrar un comportamiento indiferente ante el acoso de su profesor para que él jamás sintiera que se había apoderado de su víctima y así conseguir oportunidad de escapar de la situación.

«Para la universidad era mejor correr a cualquier estudiante antes que denunciar a un profesor por acoso».

–Anónimo

Eso es lo que ella descubrió cuando nunca recibió ayuda, aun después de hablar con la directora de la institución. De hecho, fue difamada por otros profesores y maestras, señalada por sus propios compañeros y orillada a tener que defenderse completamente sola para que no fuera expulsada, pero sobre todo para no volver a ser una víctima de acoso sexual.

«Cuando le di mi examen el me acarició la mano, esas son cosas que nunca se te olvidan… Toda la universidad tuve que estar luchando contra eso, lo más triste es que mis compañeros pensaban que yo tenía la culpa».

–Anónimo

Encontrar patrones de conducta entre los acosadores es sencillo y parte de las armas utilizadas por la psicología para estudiar y combatir ese comportamiento; sin embargo, todo lo que piensa, siente, decide y hace una mujer –sin importar su edad– cuando es acosada, también es parte de un común denominador a través del que podríamos aprender a defendernos y protegernos.

+En promedio, en México cada 24 horas se denuncian 80 casos de abuso, hostigamiento, pederastia o acoso.

Tenía 11 años y, aunque sólo fueron algunos segundos, para ella el sólo recordarlo resulta una pesadilla. Estaba en Disney World con su familia y todo pasó dentro de la alberca de un parque acuático…

«Cuando llegó la primera ola sentí cómo pasaba por mi cabeza y me sumergía completamente, cuando mi cabeza salió del agua fue cuando lo sentí; una mano agarro mis genitales (…), fue algo tan visceral que todavía me acuerdo».

–Anónimo

Después de soltar una patada casi instintiva para alejarse rápidamente del lugar, ella –como la mayoría de las víctimas de acoso sexual– decidió quedarse callada.

«Nunca dije nada y honestamente lo que me vino a la cabeza fue «tal vez fue sin querer, tal vez lo empujó la ola…»

–Anónimo

La educación que recibimos, la desinformación alrededor de la violencia de género, la cultura machista y misógina bajo la que crecemos y la forma en la que nuestras propias madres, abuelas, hermanas, primas o cualquier otra figura femenina normalizan y confunden el acoso, o bien, lo disfrazan de cualquier otra cosa, son parte de las principales razones por las que no tenemos idea de cómo actuar cuando sufrimos hostigamiento, abuso o violencia.

+De acuerdo con las estadísticas del INEGI, cerca del 95 % de los delitos sexuales no se denuncian; estos se quedan en la llamada «cifra negra».

El abotagado transporte, la distancia que tenemos que recorrer para llegar a nuestros destinos, la ineficiencia de los servicios públicos en México o cualquier otra situación parecen ser el pretexto perfecto para que algunos hombres se aprovechen de niñas, adolescentes, jóvenes, adultas, mujeres mayores y de cualquiera de nosotras. Una de las chicas que compartió su historia conmigo expuso la relación que existe entre un acosador y su ambición de poder, ella me contó que era apenas una niña de 12 años con cuerpo de espagueti cuando un hombre la agredió al tocarle un seno.

«En ese momento entendí que a los acosadores no les importa tu aspecto físico (…), lo que les importa es el poder; quieren sentir que por un instante pueden dominar a alguien…»

–Anónimo

+El psicoanalista Leopoldo Cavero, entrevistado para El Universal, señaló que los acosadores sexuales desean el control, dominio, la humillación y el sometimiento de su víctima para luego despreciarla y así llenar los vacíos provocados por el tipo de crianza e infancia que vivieron.

Otro de nuestros testimonios tenía 7 años cuando por primera vez alguien la transgredió de manera abrupta. Me decepcioné de manera preocupante cuando al leer su experiencia yo misma relacioné su historia con el «cliché» del acoso: una mañana en el transporte público rumbo a la escuela, en medio de decenas de personas que se rozan entre sí, al lado de un hombre que «quizá no quería hacerlo», pero que al final abusó de una más.

«Él estaba en el asiento del pasillo y yo junto a la ventana. Empezó a acercar su mano a mi pierna para subirme la falda (…). Al pedirle permiso para bajar rozó mis piernas lo más que pudo con sus manos y el maldito todavía me sonrió… yo no sabía si sonreír o no; creo que sonreí y me dio mucha rabia haberlo hecho».

–Anónimo

Sin saber con exactitud lo que está pasando en ese momento, todas las niñas, jóvenes y mujeres que han sufrido acoso experimentan una serie de sensaciones similares: miedo, ansiedad, intimidación, incomodidad, culpa… La mayoría de las generaciones fueron educadas a través de la censura y controladas a partir de la manipulación y desinformación. ¿Alguien de tu familia o alguna de tus maestras te enseñó a explorar tu vagina, te habló sobre el valor de tu individualidad, te aclaró qué es lo que nadie puede hacerle a tu cuerpo, a tu mente o a tus emociones, te aconsejó nunca quedarte en silencio cuando te sintieras invadida o agredida, te contó sobre los riesgos que corres por el simple hecho de ser mujer o te explicó cómo enfrentarlos? A mí no y probablemente a ti tampoco.

+Un diagnóstico sobre la violencia sexual, elaborado por la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV) reveló que aproximadamente de cada 100 casos de acoso sexual cometidos en el país sólo 6 llegan a ser denunciados y de esos únicamente la tercera parte son consignados ante un juez.

«Hace como un año por fin le conté a mi mamá lo que pasó. Supongo que sólo le quedó resignarse, qué más podía hacer…»

«»Si me vuelve a pasar, me voy a defender…» Pensé ese día».

«(…) hoy me acuerdo y creo que debí haberle dicho a mi mamá, pero en ese momento realmente no comprendí nada».

Parece que todas estas frases pertenecen a un pasado inexistente o a un futuro incierto. «Si hubiera…», «la próxima vez…», «a lo mejor si…» Pensar que la próxima vez que alguien nos acose sí nos vamos a defender y no nos vamos a quedar calladas es igual a no hacer nada para que esta clase de violencia de género deje de ocurrir. No existe ningún otro culpable más que el acosador y tampoco hay ninguna justificación para un acto de abuso.

Sin embargo, en algunos sistemas como la Corte Interamericana de Derechos Humanos aún existen estereotipos que obstaculizan o inclusive frenan los procesos de denuncia y castigo contra los agresores. Este prejuicio convierte a las víctimas en «las sospechosas»; es decir, si las mujeres abusadas no se defienden significa que consienten el acoso que sufrieron. Obviamente ése es un error de parte del sistema jurídico que no podemos permitir ni ignorar.

Así comenzó la pesadilla:

«El viernes 13 de mayo de 2016 me sucedió algo que jamás pensé que me fuera a pasar a mí y que no le deseo a ninguna mujer».

Ahí continúa:

«Dejé de confiar en las personas…»

–Anónimo

Una víctima más se atrevió a compartir su historia y gracias a ella entendí que no importa la extensión del relato, de alguna u otra forma todas las mujeres que hemos sido acosadas dejamos de confiar en las personas que nos rodean, les tememos a los hombres que caminan junto a nosotras por la baqueta, dudamos de nuestros propios compañeros de trabajo, amigos de la universidad o familiares; desconfiamos de la noche, huimos de los rincones oscuros y evitamos los lugares vacíos. Después de vivir un acoso comenzamos a temerle a la vida y, por lo tanto, dejamos de vivirla. Quisiera saber si a los hombres eso les parece justo, si podrían vivir con miedo todos los días o si podrían acostumbrarse al riesgo de ser acosados, violados o asesinados en cualquier parte.

«Llegué a convencerme de que era mí culpa, de que me había vestido justo para que él quisiera tocarme sin poder controlarse».

–Anónimo

Nunca ha sido, no es y jamás será culpa de las mujeres que un hombre las acose: nosotras no provocamos a nadie, nosotras somos, vivimos y estamos.

Mujeres: dejemos de justificar, minimizar, normalizar y silenciar el acoso que cada una sufrimos o el que sabemos que otras sufren.

Hombres: dejen de acosarnos, agredirnos, intimidarnos, violentarnos, irrespetarnos, subestimarnos y atacarnos.

No eres la culpable de que otro transgreda tu individualidad, invada tu mente, manipule tus emociones, usurpe tu cuerpo o abuse de ti. Pero sí eres la responsable de que se castigue a los que sí son culpables, sólo tú puedes detener la cifra de mujeres acosadas que crece diariamenteen todo el mundo. Es a ti a la primera que debes enseñarle a no guardar silencio, eres tú misma la que debe prometerse y exigirse no volver a pensar que el acoso “es normal”.