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Alberto Rojo

En septiembre de 1985, el arqueólogo submarino Robert Ballard encontró los restos del Titanic, a cuatro mil metros de profundidad, en el Atlántico Norte. Veintitrés años después, Ballard reveló que su descubrimiento había sido el camuflaje de una misión secreta de la Guerra Fría. La marina norteamericana había financiado su proyecto bajo la condición de que sus robots sumergibles primero inspeccionaran y fotografiaran los restos de dos submarinos nucleares: el USS Thresher, hundido en 1963, y el USS Scorpion, en 1968. A la marina le interesaba si los reactores nucleares habían sido afectados al haber estado sumergidos tanto tiempo. Los reactores estaban intactos pero las circunstancias de los hundimientos, sobre todo las del Scorpion, siguen siendo una incógnita todavía hoy.

En un intento de clarificación del misterio, Bruce Rule, un experto de inteligencia de la Marina de Estados Unidos, publicó en 2011 el libro La muerte de un submarino en el Atlántico Norte, con un nuevo análisis de la información -hoy de dominio público- de los hechos de 1968. Para Rule, primero hubo una explosión debido a fallas de las baterías, que probablemente impidió a la tripulación mantener el control de profundidad. Luego el submarino empezó a hundirse. Veintidós minutos después, al llegar a 468 metros de profundidad, la estructura metálica colapsó debido a la enorme presión del agua, produciendo una enorme implosión, como si un pequeño globo de aire fuera comprimido violentamente por las manos de un gigante. Tanto la explosión como la implosión producen un sonido que viaja por el agua. El sonido fue grabado por detectores, parecidos a sismógrafos (y diseñados principalmente para monitorear ensayos nucleares secretos), ubicados en las islas Canarias y en varios lugares del Atlántico. Usando la diferencia de tiempos de llegada del sonido a cada detector fue posible ubicar (por el método de «triangulación») el lugar de origen del sonido. Y con la intensidad del sonido recibido fue posible determinar el grado de violencia (la energía liberada) de la explosión y de la implosión.

La conclusión de Rule (quien en abril de 1963 testificó ante la Corte de Investigación que analizó el caso del Thresher) contradice el informe oficial, según el cual las causas del hundimiento del Scorpion no pueden ser esclarecidas con la evidencia disponible. Además, es enfático en objetar una teoría que circula todavía hoy: que el Scorpion fue hundido por un torpedo lanzado por los soviéticos.

Rule volvió a entrar al ruedo el 27 de noviembre pasado, e hizo pública una carta con sus conclusiones sobre lo que podría haber pasado con nuestro ARA San Juan . Me enteré de su carta al leer LA NACION del domingo 10 de diciembre. Intrigado por la precisión numérica de sus afirmaciones, esa misma mañana lo llamé por teléfono a su casa en Louisville, Kentucky. Fue muy cordial y paciente al contestar mis preguntas. En las semanas que siguieron intercambiamos varios mensajes electrónicos a medida que él refinaba sus estimaciones iniciales.

Para Bruce Rule es posible que una secuencia de eventos similar al Scorpion haya tenido lugar en el San Juan. Con el Scorpion se recuperaron los restos de las baterías y, en su opinión, se confirmó la teoría de la explosión. Con el San Juan es probable que la tripulación haya quedado incapacitada (o haya muerto) por el hidrógeno generado en la explosión, o por el cloro en forma de gas que se libera cuando las baterías quedan expuestas al agua de mar.
En el caso del Scorpion, la explosión de las baterías, mucho más débil que la implosión del submarino como un todo, fue apenas detectada por los sensores de entonces, ubicados a 1520 kilómetros del submarino. Con el San Juan, los detectores ubicados en la isla Ascensión y en las islas Crozet están a más del doble de distancia y probablemente no detectaron la explosión, que probablemente ocurrió después de que el San Juan reportara su intención de sumergirse a una profundidad de al menos 40 metros. Sí detectaron la implosión violenta (la «anomalía hidroacústica») que, según calculó Rule haciendo un análisis paralelo al del Scorpion, ocurrió a 468 metros de profundidad.

Pasaron casi 50 años del Scorpion y, para Rule, hoy retirado, la marina norteamericana sigue ocultando información del caso, y sugiere un paralelismo con el ARA San Juan. Por mi lado, al hacer los cálculos de profundidades, de tiempos, de energías, sentí que la ciencia duele, que del otro lado de esos números hay 44 almas, sus miradas finales, sus últimos momentos bajo el mar, y sus familiares sin la paz que trae la verdad que tanto merecen.

Doctor en Física, Oakland University.

Extraído de la nación de Argentina.