Sus noches de viernes, caracterizadas por el profundo sabor de la bohemia, se convirtieron en referente de la movida nocturna tarijeña. Con la pizza recién horneada, carisma y originalidad, este cálido local tarijeño superó las expectativas del Macondo descrito por Gabriel García Márquez en sus noches de inspiración.
Mercedes Bluske y Jesús Vargas Villena
(Verdadcontinta-octubre/2017) Edith Paz Zamora y Héctor Chávez Paz, además de ser socios, están unidos por un lazo mucho más fuerte, el de madre e hijo.
Lejos de su característico sonido de rumba de los viernes, ambos se disponen a recibir al equipo de Verdad con Tinta y Tarija en Cien, en los tranquilos salones de uno de los edificios más icónicos de la ciudad, el Club Social.
“La Negra” como le dicen cariñosamente sus amigos, encarna en piel propia los más profundos aspectos que hacen a la identidad del restaurante. Tiene una forma bohemia de ver la vida: disfruta del arte, ama la música, contagia pasión y derrocha alegría.
Es “la sangre liviana”, como asegura ella misma, poniéndole color a los momentos más amargos de la vida, con su inconfundible sonrisa.
Los característicos cuadros creados por ella, y que adornan el lugar, dan cuenta de lo dicho anteriormente. Todos pintados con colores vibrantes, cual su personalidad, y con figuras femeninas fácilmente reconocibles por lucir una trenza a modo de peinado, como la que suele tener ella. Una especie de Frida Khalo tarijeña.
Héctor, por su parte, aunque es heredero innegable de la sonrisa de su madre y de su sensibilidad por el arte, es quien aporta la visión empresarial al negocio familiar, en el que la pizza siempre estuvo de por medio.
“Nosotros hacíamos pizza desde que vivíamos en Buenos Aires con mi esposo Tito, y después en La Paz”, cuenta Edith a modo de dar inicio a la conversación.
Un jarra de limonada con unas frutas frescas, dan la bienvenida a los periodistas, ideal para la cálida mañana, a eso le acompañan unas empanadas recién horneadas. “Coman o me van a hacer pensar que no les gustó”, dice entre risas Edith.
La pizza, lejos de ser un negocio, por aquel entonces era una comida que unía a la familia y acercaba a los amigos.
“Iban los amigos a mi casa y todos ayudamos a preparar y atender a los invitados, desde que tengo uso de razón que en mi casa se come pizza”, recuerda Héctor.
La idea de atender a los amigos en casa les atraía, por lo que Edith, junto a su esposo, Alberto ‘Tito’ Linares, que en aquel entonces eran los únicos propietarios, decidieron habilitar un pequeño ambiente de su casa donde recibirían a los comensales.
La primera edificación, ubicada en la calle Carlos Lazcano, constaba de un reducido espacio con pocas mesas, pero en el que abundaba el carisma y el envolvente aroma de la masa recién horneada.
En aquel entorno familiar, los hermanos cumplían el rol de meseros, tal como hacían en las invitaciones en su casa.
La campana de las propinas era un clásico de aquel entonces. Cuando la propina era abundante, la campana repicaba haciendo eco en todo el lugar y alguno de los hermanos era el afortunado.
Pronto, la rumba y el zapateo se unirían como factores inseparables de su identidad.
“Un día llegaron unos amigos con unas guitarras y de la pizza pasamos a la música. Así fue cómo surgieron las noches de bohemia”, cuenta Héctor respecto al origen de la idea de incorporar música en vivo al restaurante, uniendo lo mejor de la Andalucía española, con lo tradicional de la Andalucía boliviana, donde grupos como Uno más Uno, sería la mezcla perfecta de esta fusión.
Por su parte, hay quienes ansían llegar a los ambientes de Macondo de Pizza Pazza, guiados por el deseo de subirse a las mesas para bailar, lo cual se convirtió prácticamente en una tradición para todos aquellos que asisten al restaurante por primera vez.
Quien impuso esa “moda” que se acoplaba tan bien con esa identidad del local, fue Edith, la propietaria, y lo hizo sin querer.
“Fue una noche que me dejé llevar por la emoción y me subí a bailar a la mesa”, cuenta entre risas. “Se imaginó que era su propio tablao”, agrega Héctor sonriente, quien puede asegurar que aquel ritmo se lleva en la sangre, pues su sobrina Lily, tanto como su hija Cayetana, quien no pasa los dos años, son amantes del baile sobre la mesa.
Edith recuerda que entre el tumulto de la gente cuando se subió a la mesa, vio a lo lejos venir a una de sus nietas, quien se subió con ella sobre la mesa e hicieron un baile que acostumbraban realizarlo en la casa con un particular movimiento de caderas, de ahí, la tradición no cambió más.
Los visitantes cuando llega el fin de semana, esperan impacientes que la dueña se suba a la mesa para bailar.
Sin embargo, no es cualquier tabla a la que se sube, es una particular que ellos trasladaron a la actual instalación.
“Esta mesa la tengo desde que vivía en Buenos Aires”, recuerda Edith, quien en cuestión de segundos viaja en su memoria por lugares y tiempos inolvidables; sí, es inevitable una leve sonrisa melancólica.
Sin embargo, jamás se habrían imaginado que aquel acto instintivo, fruto de la magia del momento, se convertiría en una experiencia inolvidable para locales y foráneos.
Pequeños eventos aislados pronto fueron solventando la personalidad del restaurante, que reflejaba la propia de Edith y la de su familia.
La pizza, la música, el tablao y el arte. Todo en un combo armónico y coherente único en Tarija, una ciudad que, para ellos, es el Macondo creado por Gabriel García Márquez en Cien Años de Soledad.
“Tarija es lo más parecido a Macondo, y seguramente García Márquez hubiera estado muy feliz de venir… y hubiera escrito mejor que Cien Años de Soledad en Tarija”, compara con convicción la Negra.
El local tiene alma, y tiene el alma de la familia, la que le pone pasión y entrega a cada uno de los proyectos. Pero aparte del alma, su éxito también se basa en la autenticidad de su sabor.
El sitio, pese a todos los “peros” que les pusieron por montar el local en el edificio del Club Social, por otras inversiones que ahí no habían tenido el éxito esperado, ellos decidieron que el lugar era único y lo ambientaron al estilo de Macondo, con los focos que te llevan, no precisamente al libro de García Márquez, sino a un pedazo de la imaginación en la que cada uno se iba formando mientras lo leía. Al frente, una vista inigualable de la plaza principal.
“Lo bueno es que la pizza se adapta al lugar del mundo en el que está”, dice Héctor, agregando que dentro de sus sabores, intentan resaltar los principales productos tarijeños y bolivianos.
En este lugar ofrecen a los visitantes una experiencia culinaria representativa del país, lejos de la pizza común que se puede comer en cualquier otra parte del mundo.
Aunque todas tienen un toque de lo local, la “Macondo”, es la pizza estrella en cuanto al uso de productos de la región: jamón crudo, queso de cabra y alcaparras, siendo el mix que compone esta pizza. “Además son los mejores productos de la región”, destacó el joven socio.
La papa, uno de los alimentos más producidos en el país, fue incorporado originalmente en una de las pizzas, llamada “Chismuri”, sorprendiendo no solo por su originalidad, sino también por el agradable sabor que se mezcla con tiernas cebollas y un toque ahumado de tocino, combinando a la perfección sobre la versátil masa de pizza.
El singani, presente en diferentes bebidas y cocteles, junto con los vinos tarijeños, forman parte de la oferta de este menú que apuesta por la región.
De esta forma, con bohemia, identidad y especialmente sabor, Macondo de Pizza Pazza logró convertirse en un referente en la ciudad, el país y el mundo, cautivando a todos los extranjeros que atraviesan su puerta.