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Boquerón: los bolivianos en la Batalla de Boquerón, demostraron su heroicidad sin límites. Fueron unos enemigos magníficos y valien­tes. Crnl. Félix Estigarribia

“Los oficiales y soldados bolivianos que se batieron en Bo­querón y que hoy son nuestros prisioneros, provocan un sentimiento admirativo. Se comportaron con tal bra­vura y coraje, que merecen todo nuestro respeto”. Eusebio Ayala, Presi­dente del Paraguay. Septiembre. 30 de 1932.

 TERCERA PARTE Y EPILOGO

El balance de veintidós días de combate y la caída del fortín Boquerón a manos del ejército paraguayo fue sintetizada por la publicación del periódico “EL ORDEN”, de Asunción del Paraguay en los siguientes términos y estos datos: “Boquerón estaba guarnecido por fracciones de la IV División Boliviana, bajo el Comandando del Te­niente Coronel Manuel Marzana Oroza, con un total de 619 hombres, una pieza de artillería 7,5 “Schneider”, 8 ametralladoras pesadas “Wikers”, 15 livianas “Madsen”. Nuestro Primer Cuerpo de Ejército, a las órdenes del Crnl. Félix Estigarribia, Comandante Paraguayo, dispuso de 15.000 hombres de los cuales 2.500 pertenecían a la caballería, sin nombrar los efectivos del Servicio Auxiliar de reta­guardia. Signiofica que los bolivianos han luchado en una proporción de uno contra veinte. Nuestros armamentos han estado sujetos a este detalle: 24 caño­nes 105 y 7,5; 15 morteros “Brandi”; 250 ametrallado­ras entre pesadas y livianas.

Estigarribia, si bien consiguió en definitiva una victoria, ésta en lo moral, pertenece a los bolivianos. El Alto Comando Paraguayo ha incurrido en fallas im­perdonables; una victoria más como la de Boquerón y habremos emulado las victorias de Pirro(*).

El procedimiento para la batalla se ha ceñido so­bre hipótesis absurdas que motivaron el empleo de la totalidad de nuestro Ejército, contra una insignificante “cobertura” del enemigo. Boquerón puede caracteri­zarse como una batalla mal prevista, improvi­sada, y sin dirección. Nuestras pérdidas alcanzaron cifras muy eleva­das. Aún los organismos responsables no han hecho el cálculo oficial, pero, en base de apreciaciones de testi­gos, ellos pueden fijarse en 2.800 muer­tos y 5.500 heridos. Innumerables combates de día y de noche, bajo el terrible sol del Chaco o a la luz de la luna, llenaron de despojos sangrientos los cañadones y bosques en el Fortín disputado. La entrada victoriosa de nuestros soldados al re­cinto del histórico Boquerón fue empañada por la vista de la espantosa tragedia que envolvía a sus valientes defensores. Diez oficiales y 240 soldados en último extremo de miseria física, desfilaron silenciosos, hacia Isla Poí. Por todas partes armamen­to destruido, equipo, cadáveres y escombros. En un galpón obscuro, cubierto de harapos, mugre, sangre, estiércol, y gusanos, se revolcaban más de cien mori­bundos sin curación, sin vendas y sin agua. En la pobre medida que le permitían sus propias circunstancias, el Ejército Paraguayo socorrió la miseria doliente de su adversario vencido. Hay que reconocerlo: los bolivianos en la gran­diosa Batalla de Boquerón, demostraron su heroicidad sin límites. Fueron unos enemigos magníficos y valien­tes. “Paz para sus muertos y gloria para los soldados de Estigarribia”.

 SEPTIEMBRE 22 DE 1932

No tenemos agua. El tajamar o pozo de Boque­rón ha sido clausurado por los “pilas”. Tienen dos pe­sadas regladas sobre este lugar. En sus charcos de lodo vemos dos cadáveres. Son los dos soldados nuestros que enloquecidos de sed, habían llegado hasta allí para buscar un poco de agua. Se ordena conservar los huesos de los mulos que comimos en días anteriores. Raspados, sirven como “pito”. Los cascos y el cuero, remojados, pueden mas­ticarse. La atmósfera se hace insoportable. Los cadáve­res, sobre haz de tierra, hinchados terriblemente, co­rrompen el aire. No hay lugar ni tiempo para hacer ascos por el posamiento de moscas repelentes en los labios. Nubes de ellas se multiplican en la carroña putrefacta de los soldados inmolados por la Patria. Mejor, por culpa de los patrioteros. Son las once de la noche. La luna esplende magní­fica. Esta luna del Chaco, monumental y enorme, tiene por marco a la selva. Se diría que hasta las luciérnagas se quedan cegadas ante sus deslumbradores destellos. Cerca, se oye el dulce son de una música exótica, arrobadora y enervante. Una voz rompe en sutil falsete el desacostumbrado silencio: . . . “India bella mezcla de diosa y pantera/ doncella desnuda que habita el Guayrá /arisca romanza curvó sus caderas/opiando un recodo de azul Paraná. . .”. Emoción de machos bravíos. . . Estos “pilas” cantan por igual una endecha de amor, como una polca guerrera. Lo mismo, se persignan para entrar al comba­te, como no conocen los escrúpulos para desollar vivo al adversario sin ascos ni melindres.