Noticias El Periódico Tarija

 

Por Ramón Grimalt

Un nuevo incendio, ahora le tocó a Padcaya. Cientos de hectáreas calcinadas y con ellas, los esfuerzos de quienes el sábado 7 de octubre recuperaron el resuello. Son dos en tres meses; demasiados si tomamos en cuenta que, a pesar de la aislada tromba de agua que cayó en Tarija a mediados de septiembre, el departamento atraviesa por un largo periodo de estiaje, esa sequía lacerante que ha convertido el Chaco en un desierto. Y, sí, evidentemente esa es una de las consecuencias directas del cambio climático.

Al margen de la investigación de los hechos que compete a la fiscalía departamental que dicho sea de paso, no cuenta con peritos especializados en incendios forestales, es preciso que de una vez por todas las autoridades locales asuman la responsabilidad de ponerse de acuerdo y diseñar y poner en práctica un plan integral de gestión de riesgos que ya debería estar en pleno funcionamiento desde el desastre en Sama el 10 de agosto. Desafortunadamente, y lo escribo con profunda desazón, no aprendimos nada de aquella experiencia que le costó la vida a tres personas e hirió a decenas desnudando nuestra precariedad institucional más preocupada de la política y sus accesorios que de atender el clamor de una población que entonces y ahora pide respuestas efectivas a sus necesidades inmediatas. No es posible, pues, hablar de un monumento a la bandera y menos de una ciudad inteligente cuando básicamente no existe la capacidad de atender una emergencia forestal. Parece cosa de sentido común, pero es mucho más profundo; tiene que ver con el concepto de gestión y de establecer el orden de las prioridades, no de las prioridades del orden.

Echando un vistazo a la historia, en Tarija siempre se la ha dado mayor importancia a las prioridades del orden. Prevalece, sin lugar a dudas, el juego de intereses creados alrededor de una institución,  entiéndase los favores políticos, sectarios y personales sobre las necesidades perentorias de la población. Por supuesto, de cara al campanario todos los gatos son pardos; queda muy bien, perfecto, el discurso de modernidad, integración, amor a la tierra, desarrollo y autonomía, pero cuando las papas queman lo primero que se hace es recurrir al Estado que en Bolivia no es otro es el gobierno central, para que apague el fuego, y no es ésta precisamente una metáfora de la realidad.

Llegados a este punto, emerge de una de las gavetas de mi memoria una de las frases célebres pronunciadas por el presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy: “no preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer por tu país”. Es entonces cuando, ante la incapacidad política, debe aparecer la sociedad civil organizada.     No apelaré, por Dios, al Comité Cívico, que también responde a una o varias consignas políticas, menos a las juntas vecinales que también están impregnadas del mismo veneno, sino a usted, el mismo que lee esta columna y que se pregunta como un servidor por qué se invierten cuatro millones de bolivianos en el mástil de un bandera y no en equipo de extinción de incendios forestales, por ejemplo. El pueblo llano, el que paga impuestos y vota en las elecciones, el que todavía tiene el derecho y el deber ciudadano de poner y quitar autoridades, merece respeto y, lo que es más importante, hacerse respetar.

Esta suerte de anomia de la sociedad tarijeña es la que otorga a los que mandan y no gobiernan, una suerte de patente de corso para hacer y deshacer. Saben, porque son conscientes de ello, que ese permiso no tiene fecha de caducidad; lo ejercen desde la fundación de la República y en este proceso del cambio y, seguramente lo harán mañana. Siempre y cuando los corderos se continúen manteniendo en silencio.