Noticias El Periódico Tarija

Hace unos días conocí un equipo de fútbol muy particular a partir de su nombre: Los Híbridos. Viéndolos entrenar en una cancha de Villa Adela, en El Alto, nadie diría que sus integrantes, once hombres sin piedad, duermen al raso, bajo el cielo más estrellado del mundo y usted ya lo sabe, la calle es para tipos y tipas con el suficiente estómago para soportar el frío, el barro y la podredumbre de una sociedad indiferente que va a la suya por la cuenta que le trae. Santos, Julio, Richard, David y Luis, por citar a alguno de ellos, muestran un completo prontuario a modo de tarjeta de visita. Cada uno ha estado al menos una vez en la cárcel por robo y otros delitos y no es extraño que por su aspecto descuidado y patibulario provoquen una mezcla de miedo y rechazo en los alteños y alteñas.

-¿Sabe usted jefe por qué nos llamamos Los Híbridos?-me pregunta entre balbuceos alcohólicos Richard, por cierto, el arquero del equipo-Pues porque nos gusta mucho ese trago poderoso que nos hace olvidar que no tenemos un techo. ¿Quiere probar un poquito?

Rechazo el ofrecimiento con elegancia y Richard frunce el ceño. Asumo que puedo haberle ofendido. La calle tiene un sencillo pero imprescindible código de honor y si uno de sus hijos te acerca a los labios una botella pet con un contenido de aspecto repulsivo y hedor insoportable, no queda otra que libar. Por fortuna, el portero entiende que este periodista “viene de lejos” y me perdona la afrenta si “me pongo con unas poleras para los cuates”. Accedo sin compromiso, busco unos billetes de cien bolivianos en la billetera y se los entrego al capitán del equipo, un sujeto mal encarado con la piel de los antebrazos cosida a cicatrices. Mi camarógrafo reprocha el acto de generosidad: “eres un pelotudo. Si crees que estos se comprarán las camisetas… Seguro se lo chupan esta noche”.

Es probable, resuelvo, pero ahí, rodeado de hombres y jóvenes en situación de calle, he de pagar una especie de impuesto revolucionario. Es, digamos, el precio que hay que abonar por una buena historia y ésta sin duda lo es. Richard y sus “carnales” son parias entre los parias; pobres entre los pobres; repudiados entre los repudiados. No hay quien se salve de caer en el profundo pozo de la exclusión porque ellos, de algún modo, asumen su terrible realidad.

-De acá no nos saca nadie. Somos los dueños de la calle-explica Luis, un hombre lo suficientemente avejentado como para merecer una habitación con vista en un asilo-¿Sabe qué? Lo bueno es que ellos no lo saben.

Luis pronuncia “ellos” con desprecio. Se refiere a la sociedad que los margina, la misma que manda a su policía a reprimirlos con gas lacrimógeno, incluso obligándolos a trapear las celdas de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen, so pena de pasar una noche en el patio aguantando la mofa de los uniformados.

Por eso, cuando después de media hora aparece Santos, el capitán, con una bolsa de plástico y once camisetas con los colores y el escudo del Manchester City, no puedo evitar una sonrisa generosa.

-¿Ves Álvaro? Aún hay esperanza.

Y mi camarógrafo asiente devolviéndome la sonrisa mientras Los Híbridos, emocionados como un crío el día de Navidad, se conjuran para ganar el campeonato.