La ciudad de Tarija fue creciendo, el número de habitantes aumentó rápidamente marcando uno de los índices más elevados del país y con eso todo se fue moviendo de manera diferente porque somos los seres humanos los que nos convertimos en la demanda que origina el nacimiento de un sin número de ofertas. Pero en estos últimos 10 años se vive un fenómeno más que importante que no es exclusivo de Tarija ciudad, la multiplicación de motocicletas especialmente por la invasión de marcas de procedencia China a bajos precios y en algunos comercios a para pagar a plazos todavía.
Lo cierto es que hoy son miles de «motitos» que van y vienen por todo lado y quienes las conducen son chiquillos menores de edad y jovenzuelos en gran porcentaje, no faltan los que piensan que están en una súper moto y en plena carrera y así toman las calles a las que convierten en sus circuitos particulares. Más allá de ser un medio de transporte útil resulta que las motos se volvieron en un gran problema para el tráfico vehicular de esta urbe desde ya desorganizada, pues si a la inexperiencia, imprudencia e irresponsabilidad de los «noveles» conductores le sumamos que muchas no cuentan con luces ni placas de control, es evidente que por culpa de ellos todos estamos en riesgo. Desgraciadamente casi nadie respeta las normas de tránsito y creen que una moto puede pasar por donde sea, de ahí que lo más común es que se adelante por la derecha, zigzagueando entre un vehículo y otro como si fueran inmortales, sin casco de seguridad ni de quien maneja ni del acompañante, obvio que la alta velocidad es un componente inseparable de lo que comentamos. Es común ver a padres de familia que atrás llevan a la esposa con un bebe en brazos o con un niño pequeño entre ellos, nada más peligroso ni más descabellado.
No hay quien ponga coto a este descontrol que por desgracia trae a la muerte pegada pues ya son incontables los casos en que se pierden vidas humanas, por abusar de la velocidad, la imprudencia y el alcohol, una combinación letal que ya se llevó a varios a la otra vida. La policía quiso controlar el uso de casco y placas pero resulta que hasta sus mismos integrantes no respetan esta exigencia, ante los ojos de los oficiales circulan así y la inercia e inacción dominan. El municipio no interviene, no como mudo testigo de esta realidad sino como negligente actor que no quiere hacer nada, la población se encuentra en un rol intermedio ya que es protagonista y espectadora a la vez. Parece no importarle a nadie lo que sucede en la tierra de nadie, mientras tanto el loquero continúa, los muertos y heridos suman y el fenómeno se agranda y agrava.