Noticias El Periódico Tarija

Raúl Peñaranda U.

(Periodista)

 “Somos Estado” suele decir el presidente Evo Morales para indicar que el Gobierno actual funciona mejor que los anteriores. Pero su frase, que repite con cierta frecuencia, está asociada al hecho de que el Ejecutivo tiene ahora buenos sistemas de inteligencia y seguimiento de personas.

“Somos Estado”, expresó el Primer Mandatario cuando reveló que personal de inteligencia había seguido al periodista Carlos Valverde, que se reunió en el hotel Los Tajibos con el representante de la Embajada de EEUU en Bolivia, a tomar desayuno. “Somos Estado” reitera cada vez que se hace mención a que “el Gobierno tiene información”.

 O sea que “ser Estado” para Morales es detectar “conspiraciones” de las que funcionarios de segundo nivel le informan, pero que son sacadas de su imaginación. Así, esos funcionarios quedan bien con Su Excelencia y éste tiene algún discurso que lanzar a sus seguidores. Y si el Presidente cree realmente que Valverde “conspiró” tomando desayuno en un activo hotel de Santa Cruz, entonces no sabe bien el concepto de ello.

 Lo lamentable de esto es que Morales no asocia la idea de que “somos Estado” con aspectos más importantes que hacer seguimiento a personas.

 Veamos algunos ejemplos sacados de las noticias de las últimas semanas: “No somos Estado”, por ejemplo, en las cárceles, donde son los internos los que las administran y supervisan. Hace poco murió una niña que vivía con sus padres en San Pedro, aparentemente violada por otros reclusos. Como ella, 1.500 menores viven en cárceles públicas bolivianas, una muestra de “falta de Estado” y pobreza enormes, el único país del mundo que lo permite y que no puede proteger a esos niños fuera de los penales. Para seguir con el tema de las cárceles, tampoco “fuimos Estado” en el caso de una mujer, desaparecida, que había sido enterrada en la celda de su exmarido, en Palmasola. Nadie se enteró durante un año de ello y el caso sólo fue conocido porque otro preso hizo la denuncia. ¿Cómo un reo puede matar a su esposa, pedir ayuda de otro interno para cavar debajo de su celda, enterrar el cuerpo colocar losas de cemento encima y no ser detectado durante un año? ¿Qué clase de registros policiales existen en Palmasola para no saber si una visita no ha salido del penal?

 Tampoco “somos Estado” para poder atender la demanda de los discapacitados, que suma solamente 35 millones de dólares anuales, es decir el 0,1% del Presupuesto General de la Nación. Se derrocha en estadios cuya capacidad excede la población de los municipios circundantes, pero no se puede entregar una pequeña renta a quienes la necesitan más.

 Menos aún “somos Estado” para dar tratamiento a quienes sufren de cáncer. El departamento de La Paz no tiene un solo “acelerador lineal” para el servicio estatal y una bomba de cobalto, de los años 50, y obsequiada, cuando era vieja, por Argentina, en los 70, sigue siendo la única en uso. Podríamos decir lo mismo para los casos de quienes necesitan diálisis. Es tan trágica la situación que las máquinas que existen, vetustas, deben funcionar las 24 horas del día. Así, hay personas que les toca, por ejemplo, estar allí entre las tres y las cuatro de la mañana. Ya se imaginarán cómo trabajan al día siguiente esas personas después de pasar la noche en vela.

 Menos aún “somos Estado” para proteger los derechos de los niños. Bolivia es el único país que permite, legamente, que éstos trabajen desde los 10 años, un hecho que fue prohibido en Europa en 1850 y en el resto de la región latinoamericana en 1950.

 Ni tampoco “somos Estado” para que esos niños se alimenten bien. Uno de cada cuatro menores en Bolivia sufre desnutrición crónica, por ejemplo y, según la Unicef, de cada diez niños, seis son considerados pobres desde el punto de vista multidimensional, al 39% le falta una vivienda, el 29% vive en un hogar en el que no hay baño; el 28% no tiene agua potable ni acceso a televisión, radio o teléfono.

 Estos problemas en Bolivia son de vieja data, vienen de décadas o siglos atrás. Durante el Siglo XX se registraron leves mejoras, en distintas épocas, siempre difíciles de empujar en un país tan pobre y tan inestable como Bolivia. Pero en la última década Bolivia ha tenido ingresos notables gracias al aumento de los precios de las materias primas que exportamos, como gas y minerales, y productos agrícolas de monocultivo. Esos ingresos fueron de unos 50.000 millones de dólares en una década, es decir lo mismo que Bolivia obtuvo en los 50 años anteriores.

 Es verdad que en estos años se ha reducido la pobreza, ha aumentado la escolarización y ha crecido la inversión pública. Pero lo ha hecho, comparativamente, a un rimo menor que el promedio regional. Países como Perú y Colombia, también beneficiados por los precios de las materias primas, o Panamá, han dado pasos más firmes hacia el desarrollo. Mientras tanto, Evo sigue creyendo que “somos Estado” por espiar a periodistas y diplomáticos.