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Era un profesor serio, estricto y muy comprometido con su labor docente, era conocido también por sus alumnos como un hombre justo y comprensivo.
Al terminar la ultima clase, mientras el maestro organizaba unos documentos encima de su escritorio, se le acercó uno de sus alumnos y en forma desafiante le dijo: “Profesor, lo que me alegra de haber terminado la clase suya, es que no tendré que escuchar más sus tonterías y podré descansar de verle esa cara aburridora”.
El alumno estaba erguido, con semblante arrogante, en espera de que el profesor reaccionara ofendido y descontrolado. Pero el maestro seguía impasible en su tarea y, noto que el joven permanecía de pie muy arrogante a su lado, el profesor miró al alumno por un instante y en forma muy tranquila le preguntó: “¿Cuándo alguien te ofrece algo que no quieres, lo recibes?”.
El alumno quedó desconcertado por la tibieza de la sorpresiva pregunta y le contesto al maestro de nuevo en tono burlesco y despectivo: “Por supuesto que no…”.
A lo que el profesor le dijo: “Bueno, cuando alguien intenta ofenderme o me dice algo desagradable, me está ofreciendo algo, en este caso una emoción de rabia y rencor, que yo puedo decidir no aceptar”. Inmediatamente el alumno totalmente confundido le interrumpió y le dijo: “No entiendo a qué se refiere…”.
El profesor le replicó: “Muy sencillo tú me estás ofreciendo rabia y desprecio y si yo me siento ofendido o me pongo furioso, estaré aceptando tu regalo, y yo, en verdad, prefiero obsequiarme mi propia serenidad”.
Hizo una pequeña pausa el profesor para concluir en tono gentil diciéndole: “Muchacho tu rabia pasará, pero no trates de dejarla conmigo, porque no me interesa, yo no puedo controlar lo que tú llevas en tu corazón pero de mí depende lo que yo cargo en el mío”.