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Quien iba a pensar que llegaría el día en que salir a la calle conduciendo un vehículo sería como introducirse en la mismísima selva, no es exageración, el desorden en el que vivimos es alarmante, por un lado la inexistencia de normas claras que regulen el tráfico vehicular más allá de las básicas que pocos respetan y menos las hacen cumplir.
Además, las decisiones que se toman o se dejan de tomar desde el municipio contribuyen a que el caos crezca, el ensanchar las aceras en desmedro del ancho de las calles de manera inconsulta ha producido cuellos de botella no sólo en las intersecciones sino también en cada arteria, una ciudad de cuadras muy cortas sin espacios para parqueos y menos estacionamientos públicos o privados que sirvan para sacar de circulación a motorizados que ante esa falencia no tienen otra alternativa que seguir rodando sin parar ocasionado saturación, ruido, contaminación y sobre calentamiento por mencionar sólo algunos efectos. Decisión bien intencionada diremos que no mereció el aporte de arquitectos, transporte ni nadie que pudiera verse involucrado, producto solo de mentes maravillosas que dejaron tantos cabos sueltos que hoy no saben como hacer para mantener la obra improvisada pero reducir sus nefastas consecuencias.
A las ideas «brillantes» de algunas autoridades se suma nuestro «maravilloso» aporte de respeto a la ley y al derecho del prójimo, nuestra falta de consideración hacia terceros y el desconocimiento total de las reglas elementales de tránsito ya sea como conductores o peatones. Como hombres de a pie no tenemos el más mínimo problema de cruzar la calle a media cuadra, entre vehículos andando, poniendonos en riesgo y a otros también, el paso de cebra lo vemos más bien como el lugar que «no se debe» usar para llegar a la otra vereda. Detenemos un taxi donde nos conviene ya sea para subir o para bajar, sin considerar que ocasionamos que todo el tráfico se detenga y se genere un efecto multiplicador que «tranca»
el área circundante. Lo mismo cuando queremos tomar o bajarnos del micro, tiene que ser donde nosotros queremos y no donde debe ser, en las paradas. Y claro que quien es chofer de estos o de taxis no tiene empacho alguno en romper las reglas instantáneamente, deteniéndose donde le parece sin poner sus luces de estacionamiento, girando inesperadamente sin encender el guiñador anticipadamente, circulando por media calle sin conservar la derecha, en fin, una interminable seguidilla de barbaridades que logran convertir a la ciudad en una olla a presión a punto de reventar. Como conductores particulares estamos casi igual y si tendríamos que referirnos a las motos y motociclistas también este análisis sería interminable. Nos queda la preocupación de que a pesar de que sabemos que somos parte importante del caos poco hacemos para vencerlo y cambiar así una realidad que no es la más amable para una ciudad que quiere ser atractiva para el turismo.