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ECOOSFERA

La creencia de que la existencia humana oscila entre lo real y lo espiritual es transcultural, y casi podría decirse que transhistórica. La glándula pineal, más que un elemento anatómico, es la muestra objetiva de la importancia que esta visión dualista ha tenido para la humanidad. Porque cuando la ciencia y la espiritualidad han entroncado en el estudio de este órgano es cuando ha sucedido una auténtica síntesis de la diversidad que caracteriza a lo humano, surgiendo de ésta importantes conocimientos en diferentes campos.

Sobre la glándula pineal existe una larga historia de estudios y debates que van de lo médico a lo fisiológico y lo filosófico. Ahora, gracias a la neurociencia, sabemos que la función principal de este órgano es regular los ritmos circadianos, como el del sueño y la vigilia a través de la secreción de la hormona melatonina.

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¿Por qué la glándula pineal le interesa a la espiritualidad y a la ciencia?

En Occidente, la glándula pineal estuvo siempre asociada al alma. Desde los primeros planteamientos filosóficos en la Antigua Grecia y hasta los estudios fisiológicos de Claudius Galenus (Galeno) –quien efectuó la primera descripción detallada del órgano pineal–, todos terminaron por centrar sus hipótesis sobre la dualidad cuerpo-alma en este órgano.

Tiempo después, Descartes retomaría todo esto y plantearía que la glándula pineal es un instrumento físico de las facultades del alma, y su sede corporal. De ahí que la sentencia “pienso, luego existo” tenga una connotación mucho más profunda de la que se le atribuye, pues plantea la primacía del espíritu sobre el cuerpo, que no es sino una extensión (un cuerpo-máquina) para comunicase con el entorno, según esta hipótesis filosófica.

El alma cartesiana, y la todavía más antigua creencia del “tercer ojo” presente en el Antiguo Egipto, así como en el hinduismo, el taoísmo y otras religiones orientales, mantienen un nexo casi místico con los más recientes hallazgos de la neurología respecto a la glándula pineal. Aunque quizá esto se deba, sencillamente, a que la ciencia nunca puede tomar demasiada distancia de las creencias espirituales y filosóficas que la circundan.

Para comprobar esto, basta conocer dos de los más recientes hallazgos neurocientíficos sobre la glándula pineal y su curiosa similitud con las creencias milenarias.

 

La clarividencia de los profetas y el DMT que produce el órgano pineal

Muchas de las prácticas y tradiciones antiguas –incluido el cristianismo– han contado con sus propios clarividentes y profetas, de quienes se ha dicho que tenían un tercer ojo. En la filosofía hindú y su literatura védica, este “tercer ojo” es el sexto chakra (ajna). Éste permitía, según se creía, la observación de la propia vida espiritual.

Ahora sabemos que la glándula pineal libera DMT, la “molécula espiritual”, como parte de un mecanismo que parece ser inmunorregulatorio. Esta sustancia, ingerida en grandes cantidades a través, por ejemplo, del té de ayahuasca, puede ser un potente psicodélico. Pero el cerebro es incapaz de generar suficiente DMT como para liberar una experiencia psicodélica.

Por eso resulta difícil creer que el DMT haya tenido algo que ver con las visiones de los profetas bíblicos, como plantea Rick Strassman en DMT: The spirit molecule.

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Pero un estudio de la Universidad de Wisconsin demostró que la práctica de yoga es capaz de liberar DMT, lo que al parecer es una respuesta antiestrés. De ser verdad, esto no sólo sería clave para cualquiera que esté realizando peregrinajes espirituales en búsqueda de una realidad menos agobiante, sino también lo sería para actualizar nuestra comprensión del mundo y comprobar por qué las prácticas antiguas son vigentes, incluso desde un punto de vista científico.

 

La transmigración… de los sueños

El budismo relacionó la glándula pineal –o por lo menos el punto que hipotéticamente debía estar en el entrecejo– con la transmigración, mientras que las teorías platónicas y pitagóricas creían en la liberación del alma tras la muerte.

Gracias a los avances de la neurología y a la extensa literatura fisiológica sobre la glándula pineal, se sabe que ésta regula los ciclos circadianos: una primordial función, tan importante, quizá, como la que realiza el corazón. Este mecanismo funciona a través de la retina, la cual estimula el núcleo supraquiasmático –nuestro reloj biológico– con diversos químicos, dependiendo de si capta luz u oscuridad. A su vez, este núcleo pone en acción ciertos mecanismos y libera otros químicos hacia el ganglio cervical superior, el cual tiene conexiones directas con la glándula pineal, a la que manda neurotransmisores como la noradrenalina.

La noradrenalina ayuda a que el aminoácido triptófano se convierta en serotonina, y ésta en melatonina, la hormona del sueño.

Es así que la glándula pineal es fundamental para que podamos soñar. Y si bien soñar no equivale a realizar una transmigración –el viaje del alma individual a otros cuerpos–, sin duda es lo más cercano a la reencarnación que podemos experimentar –pues, de alguna forma, en los sueños reencarnamos en otra piel y viajamos a otro mundo, aunque sea onírico–.

Estas semejanzas entre el funcionamiento de la glándula pineal y las creencias que en ello se sustentan, ¿serán simples coincidencias? No lo sabemos. Pero siquiera preguntárnoslo abre nuevas vedas al conocimiento humano, tanto científico como espiritual y filosófico, y permite a estas disciplinas alimentarse una de otra, lo que en estos tiempos es esencial. Además, podemos aprovechar estos conocimientos: ¿sabías que activar la glándula pineal es posible? ¿o que la cúrcuma beneficia a este órgano de múltiples maneras?

Por eso no cabe duda: la curiosidad es el único límite para el conocimiento y para la expansión de nuestro espíritu.