Noticias El Periódico Tarija

Por Ramón Grimalt
Cuando solo quedan palabras donde había caricias y abrazos, entregas y devoluciones, ajustes y reproches, agradecimientos y certezas, el mundo se circunscribe a un espacio reducido, mínimo, únicamente iluminado por la débil luz de un pasillo.
Allí, en una celda sin numeración ni registro, Mariana escribe. Usa pedazos de papel o cartón recogidos en el patio, entre los desperdicios. Los guardias, en un principio, le llamaban la atención pero luego, con el paso de las tardes, se lo permitieron. ¿Qué daño puede causar una voz silente? Resolvió uno de ellos, sin desprenderse del arma que le otorgaba la seguridad de sentirse útil para la Corporación. Era cierto. Los poetas habían dejado de ser una amenaza. Sus letras eran reminiscencias. Nada más.
Al cazador de sueños lo vinieron a buscar de noche. No necesitaron llamar a la puerta. Entraron tres hombres que sabían muy bien su trabajo. Mariana trató de detenerlos, pero la evidencia estaba por doquier. Los libros se amontonaban en las estanterías, los manuscritos estaban acumulados sobre la mesa de la cocina y él fue atrapado con el arma asesina.
-Deje con cuidado ese bolígrafo y no se lo ocurra hacer una tontería. Ordenó uno de aquellos hombres vestidos rigurosamente de gris.
El poeta obedeció. Lo hizo lentamente. Como si el arma aún estuviese cargada. En todo momento conservó la calma. Se lo debía a su Mariana que trataba de hallar una explicación que nadie supo darle.
-Venga con nosotros. Le tomaremos declaración, aunque la verdad, aquí hay demasiadas pruebas. Sentenció con gravedad uno de los hombres de gris, el único tocado con un sombrero de fieltro de color negro.
-¿Y cuál es el delito? Preguntó Mariana rayando en la desesperación, muy cercana al llanto.
El hombre de gris y sombrero negro repuso con una media sonrisa dura y mordaz:
-Escribir.
-¿Desde cuándo es una actividad criminal? Insistió Mariana, soliviantada, mostrando las palmas de las manos en señal de inocencia.
-Um, veo que usted desconoce la Normativa.
-¿Normativa? ¿De qué está hablando?
El funcionario, siempre preciso, puntual y ejecutivo, hurgó en el bolsillo interior de su chaqueta, sacó una libreta y leyó:
-Artículo 32. “Únicamente estarán permitidos aquellos textos aprobados por el Instituto de Formación de Intelectualidad Transversal”. Naturalmente, todo esto-dijo despreciativo echando un vistazo a su alrededor- nada tiene que ver con aquello que la ley establece.
-¡Son poemas! ¡Son versos! ¡Son sentimientos puros! ¡Es amor!-Exclamó Mariana indignada-¡Él no ha matado a nadie!
El hombre del traje gris ladeó la cabeza, como si con aquel gesto pudiera aclarar su mente.
-Ha matado la razón. Ha llenado de ilusión los corazones de miles de personas. Les Ha hecho creer en algo tan estúpido e irreal como la esperanza. Eso no es tangible. Ni probable. Sembrar ilusiones equivale a falsear la realidad. Es un delito. Pero, mire usted por dónde, todavía él tiene una posibilidad.
Mariana recuperó el aire.
-“¿Posibilidad?” ¿A qué se refiere?
El hombre del sombrero negro se sentó a horcajadas en la vieja butaca donde el poeta permitía que su corazón se abriera sin restricciones.
-Insisto. Existe una posibilidad. Si este señor suscribe una declaración jurada señalando que todo esto fue un error, que no era su intención dedicarse a mentir de un modo tan repulsivo y que, en definitiva, se compromete a rectificar dedicando su talento a redactar textos para la Corporación, por supuesto, educativos y formativos, podemos otorgarle una segunda oportunidad.
El oficial hizo una pausa dramática. El silencio se apoderó del estudio que Mariana y el poeta compartían hace nueve meses.
-Mire-dijo en voz baja aquel hombre de manifiesta rudeza pero modales correctos-Aquí tengo el documento. En los últimos tiempos siempre llevo uno conmigo. Solo tiene que firmarlo, aquí, al pie. Justo donde figura la palabra “poeta”. ¿Qué me dice?
Mariana no necesitó responder. Al menos en ese momento. Vio cómo se llevaban a su poeta a trompicones, calle abajo, la misma que habían transitado tantas veces de la mano, él cogiéndola de la cintura, siempre riendo, festejando cualquier ocurrencia, soñando y amando en igual medida. Cuando se perdió en la quietud de la medianoche ella, entonces, asumió un compromiso, el mismo que cada mañana la impulsaba a escribir sobre cualquier superficie posible hasta en las paredes de la celda que ocupaba. En varias ocasiones le obligaron a borrar usando jabón y estropajo, para que no quedara vestigio de suciedad, pero al día siguiente continuaba. Otra vez limpiaba, pero en su memoria reproducía cada verso, estrofa por estrofa, sin dejarse un punto o una coma, marcando palabra por palabra, enfatizando ésta o aquélla, sintiendo la tinta en la sangre. -Está loca, pues está loco aquel que ha perdido la razón. Afirmó con gravedad el médico del penal.
-¿Y puede resultar peligrosa, doctor?
-Ya no. Al menos mientras sus palabras queden entre cuatro paredes.
-Podemos estar tranquilos.
-Podemos estarlo. Porque, ya me dirá usted, qué riesgo podemos correr de alguien cuyos sueños están encerrados. Bah, no se preocupe director.
Mariana sonrió mientras sentía germinar la simiente de su poeta a quien juró bautizar “Esperanza”.