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ECOOSFERA

Nunca en tiempos antiguos el término espíritu estuvo lejos de las ciencias exactas. Las bases de la medicina y la química, la espagiria y la alquimia, encontraron importante la existencia de la materia invisible –la parte no corpórea del ser–, la fuente de vitalidad del reino animal y mineral. Un suspiro.

Los monjes budistas que se dedican a estudiar cosmología, relacionan la información científica con su filosofía milenaria en un todo: la naturaleza de la realidad. En la historia del conocimiento humano, el micro y el macro cosmos están, de cierta forma, conectados desde una entidad fantasma que sí, podríamos llamar espíritu.

En este sentido, el cosmos –la bóveda celeste– ha sido musa para inspirar todo tipo de creencias místicas y sagradas, que comparten su realidad con la ciencia y las leyes de la física que construimos acá abajo.

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¿Podemos pensar en el universo como si fuese un dios?

Quizá sí, porque aquello de que somos polvo de estrellas es más que una metáfora: podría ser que casi la mitad de los átomos que componen nuestro cuerpo provengan de galaxias más allá de la que habitamos. Y es que las primeras estrellas y, por tanto, los primeros átomos, nacieron cuando se formó toda la materia en el Universo, así como la energía que los transformó eventualmente en planetas y creó la vida en ellos.

Esto, que ahora lo explica la astronomía moderna, era lo que tenía su explicación esencialmente en los mitos de las cosmogonías antiguas: las narraciones centradas en los orígenes del Universo, como el Popol Vuh de los mayas, que buscaba la génesis de lo humano en el campo de fuerzas estelares. Pero además de las cosmogonías, las culturas mesoamericanas también sabían cómo hacerse a ellas mismas parte del relato universal.  Por eso tenían una cosmovisión.

¿Qué es la cosmovisión?

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Las cosmovisiones, como las cosmogonías, forman en conjunto lo que el pensamiento humano ha sido capaz de filosofar y crear hasta ahora. Una cosmovisión es una “concepción del mundo”, con historia y tradición, que se reactualiza cada tanto pero a su vez mantiene cierta continuidad. En ese sentido, las cosmovisiones no pertenecen sólo a las concepciones de las culturas mesoamericanas u originarias: en realidad, “cosmovisión” es un concepto alemán (Weltanschauung).

Pero curiosamente no hay concepción del mundo que merezca más ser llamada cosmovisión que la de las culturas mesoamericanas. Sus habitantes compartían muchos principios, pero también eran fundamentalmente diversos. Su mayor fortaleza era estar conscientes de ello y no escindir lo humano de lo cósmico, lo orgánico y lo místico. Algo que puede constatarse en la actualidad, en las comunidades indígenas contemporáneas.

Porque según el historiador Alfredo López Austin, los procesos míticos mesoamericanos se expresaban como “pasiones humanas”. No había una tajante división entre el tiempo-espacio “mítico” o divino, y el tiempo-espacio “mundano” o humano. Ahí lo “divino” no podía ser escindido de lo humano, porque nada podía  ser concebido más que por las pasiones humanas que permiten experimentar el mundo. La conciencia sobre este hecho pareciera haber sido mucho mayor en el mundo mesoamericano que en cualquier otro.

¿Tenemos nosotros una cosmovisión?

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Los científicos contemporáneos están comenzando a comprender que ellos, y la humanidad en su conjunto, necesitan volver a sus raíces: hace falta una concepción del mundo que parta de nosotros (en plural). No lo requerimos por una suerte de impulso antropocéntrico o egocéntrico, sino antropocósmico. Porque los seres humanos somos la mediación y la finalidad de todo lo que para nosotros mismos existe, pero a su vez debemos ser conscientes de que estamos en correlación con el cosmos y con sus otros habitantes.

Tal cosa sería como el humanismo que necesitamos en estos tiempos convulsos. Y no por nada la ciencia se está dando cuenta de ello. La astrónoma de la NASA Michelle Thaller ha sintetizado este nuevo paradigma científico de una manera preciosa:

Nuestras mentes, nuestra percepción de lo bello, nuestra noción de las matemáticas y cómo las cosas encajan, funcionan muy bien con las leyes físicas del universo. Pero eso no es una coincidencia: porque evolucionaron adentro del universo.

Así, nuestras mentes se hicieron conscientes con estas leyes físicas y estas condiciones. Por lo que creo que podemos aprender más del gran Universo estudiándonos a nosotros mismos.

Esta inédita reconciliación entre lo cósmico y lo humano es el germen teórico y científico que podría alentar nuestra evolución. Porque más que una marcha forzada a un mundo heterogéneo, es una forma de alimentar la unidad de la diversidad –lo individual y lo colectivo– desde aquello más general: la humanidad, por un lado, y el cosmos, por otro.

Por eso necesitamos una concepción que nos permita ser seres antropocósmicos: transitar el tiempo presente y pensar a futuro sin escindirnos del cosmos ni de la naturaleza. Algo así como una cosmovisión contemporánea.