Noticias El Periódico Tarija

Por Ramón Grimalt
Considerando con algo de seriedad (en realidad, parece una broma de mal gusto) el triunfo electoral de Jair Bolsonaro en Brasil, uno tiene la tendencia a pensar qué generosa es la democracia que permite que alguien con un discurso tan radicalizado haya conseguido hacerse con las riendas de la principal economía de Sudamérica. Claro que si miramos hacia el norte encontraremos en el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, la versión gringa de lo mismo y si usted me lo permite, cruzando el Atlántico Victor Orban en Hungría, Matteo Salvini en Italia y Nigel Farage en el Reino Unido, representan un modo descarnado de hacer política desde un populismo de derecha rayano en el fascismo que incendió el mundo allá por los años treinta del siglo pasado, como todos sabemos y a veces olvidamos.
Lo triste de todo esto, mire usted, reside en entender que el problema no está en cómo lo dicen, desde las vísceras, sino qué dicen y, en definitiva, cómo un relato construido sobre los cimientos de la mentira o la posverdad, ha acabado cuajando entre un electorado excesivamente volátil. Por supuesto, hay una respuesta. Tanto Trump en su momento, como Bolsonaro emergen de un momento de crisis. En EEUU fueron las promesas incumplidas de Barack Obama castigadas duramente aun por los propios liberales demócratas desencantados; en Brasil, la corrupción y el desgaste natural del progresismo representado por el Partido de los Trabajadores (PT) derivó en una suerte de “voto condenatorio” favoreciendo a un candidato que hasta ayer era “Juan Nadie” en el ámbito político. Porque, ya me contará, si realmente los brasileños creen que la mejor manera de acabar con la delincuencia consiste en convertir las calles de las ciudades en pueblos del Lejano Oeste donde los problemas se resuelvan a tiros o la mujer sólo tenga “la sagrada misión” de cumplir sus deberes de madre, hija y esposa devota. Hay que ser muy inculto o muy imbécil, depende, para apropiarse de tamaña sarta de idioteces y avalarlas en las urnas donde, paradoja del sistema democrático, adquieren legitimidad.
Ahora vaya usted a saber si el propio Bolsonaro cree en las burradas que predica o simplemente se limita a repetir lo que su gurú, Olavo de Carvalho, le dicta desde su cómodo departamento en South Beach. Esa es mi gran duda. Si evidentemente las asume como algo propio traduciéndolas en un programa de gobierno, tendremos a un país vecino sumido en una especie nebulosa difusa y preocupante donde la única alternativa sea la caza de brujas, la persecución y el miedo como común denominador. El ex militar, nostálgico de la dictadura, es uno de los seguidores de la llamada “teología de la prosperidad” donde todo se justifica a partir de una posición a la derecha de Dios Padre y ya se sabe que los niños y los políticos nunca deben jugar con fuego, sobre todo mezclando combustibles tan potentes y letales como la política y la religión.