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ECOOSFERA

La inteligencia, así como su sorprendente evolución, es lo que nos hace humanos. ¿Qué duda cabe? Somos el Homo sapiens, “hombre sabio”, gracias a nuestra capacidad de inventar, de producir conocimiento y de estructurar el mundo mediante el lenguaje. Pero también inventamos, producimos conocimiento y estructuramos el mundo a través de las emociones, que como los estudios sobre la inteligencia emocional han podido comprobar, son mucho más que mera visceralidad.

La visceralidad es eso que hacemos motivados por sentimientos profundos, más que por el buen juicio o la inteligencia racional.

Cuando decimos de alguien que “es visceral”, estamos expresando que no sabe controlarse. Cuando decimos, en cambio, que “actúa con buen juicio”, es que es alguien inteligente y que sabe controlarse.

Esto implica afirmar que las emociones están en la víscera y la inteligencia en el cerebro.

¡Nada más equivocado y pretencioso! La amígdala, que procesa y almacena las emociones, ya era usada por nuestro ancestros en la selección de los alimentos con base en la experiencia –y los alimentos, a su vez, han hecho que nuestro cerebro evolucione–. Mientras el neocórtex gestiona los pensamientos, la amígdala hace lo propio con los sentimientos de manera autónoma, aunque entre ambos se crea una maravillosa –y fundamental– correlación.

Tal es el punto de partida de los estudios sobre inteligencia emocional, que utilizando el mismo tipo de evaluaciones que las pruebas de coeficiente intelectual (IQ en inglés), así como diversos métodos y esquemas, buscan comprender el papel de las emociones –e incluso, de instintos como la intuición– en las habilidades intelectuales y cognitivas del ser humano.

Eso sí: es cierto que si no educamos nuestras emociones podemos actuar “visceralmente. Por eso es importante conocer y reconocer las emociones, así como aprender a usarlas. Sería erróneo decir que hay personas más o menos emocionales, al igual que lo sería decir que una persona es más inteligente que otra. Más bien, tanto la inteligencia como las emociones son algo en constante correlación que se puede nutrir y, más allá de la genética, es posible usarlas de la mejor manera para navegar el mundo.

Puedes empezar por conocer cuáles son los comportamientos de las personas que navegan el mundo con una mayor inteligencia emocional, según los estudios del experto en la materia Travis Bradberry, autor del libro Emotional Intelligence 2.0.

 

Tienen un mayor vocabulario emocional

Siempre buscamos expresar lo que somos y entender lo que sentimos. Una mayor conexión con las emociones requiere tener un vocabulario emocional más amplio para hacer ambas cosas. Según un estudio reciente, sólo el 36% de las personas pueden expresar con exactitud lo que sienten.

Son más empáticos

La empatía es clave en la evolución. Quien es empático puede comprenderse mejor a sí mismo comprendiendo a los otros, y esto sin duda ayuda a la evolución de las emociones, a su comprensión, y posibilita navegar el mundo de maneras más inteligentes.

 

No son rencorosos

El rencor puede ser una emoción útil, por ejemplo, para sobrevivir. Pero en general, sólo promueve el odio –e incluso es tóxico para el organismo–. Saber sobrellevar el rencor es una conducta de inteligencia emocional, pues es saber regular las cantidades necesarias de esta emoción sin dejar que nos controle.

 

Son resilientes

En otras palabras, las personas con una inteligencia emocional prominente pueden abrazar el cambio sin temor. Saben adaptarse y así, logran ser más felices y exitosos. Es decir, son resilientes, como la naturaleza.

No son tan calculadores

A veces, la búsqueda de perfección, felicidad y éxito lleva a las personas más racionales a ser calculadores en diversas situaciones. Pero usar las emociones implica no estar calculando situaciones, sino dejar que las emociones nos conduzcan a los resultados deseados ­–lo cual, muchas veces, funciona mejor­–. Quienes así lo hacen no están tan preocupados por la perfección como sí lo están por el equilibrio.

 

Saben alejarse de personalidades tóxicas

Las personalidades tóxicas pueden llegar a contagiarnos. Alejarse de ellas muestra una sapiencia emocional, pues de una relación con alguien tóxico sólo puede surgir enojo y frustración. Esto significa que quienes se alejan de las personas tóxicas utilizan la empatía para sentir al otro, y deciden evitar la confrontación –y el contagio–, poniendo una prudente distancia con quienes son nocivos para sus emociones y su entorno.

Alimentan su felicidad

Cuando las personas inteligentes emocionalmente se sienten felices, se mantienen así. Saben manejar cualquier situación, blindando su felicidad de cualquier ataque externo. Esto es gracias a un equilibrio a nivel anímico, y a que evitan que su lado racional esté maquinando teorías y comparándose excesivamente con otros.

 

Duermen más

Algunos estudios han demostrado que quienes son más inteligentes duermen menos. Pero quienes duermen más, son felices. Y la felicidad es un rasgo presente en las personas con emociones bien manejadas. Esto es resultado de una correlación fisiológica vital, pues un mal descanso promueve emociones inestables.