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UN FALLO FALLIDO

Thomas Becker, abogado de las víctimas de octubre de 2003, tiene toda la apariencia de ser un buen tipo, noble y honesto, sabedor de que defiende una causa justa. Sin embargo, le falta ese punto de mala leche que se le exige a cualquier abogado dispuesto a dejarse la piel en el estrado ante un tribunal. Imagino, por lo tanto, que el equipo de abogados del expresidente Gonzalo Sánchez de Lozada y su exministro de Defensa, Carlos Sánchez Berzaín, contaban con esos perros de presa, avezados juristas, curtidos en mil batallas legales, con los suficientes argumentos para convencer al juez James Cohn de que revirtiera el fallo del jurado que los responsabilizó de urdir un plan para asesinar civiles en el marco de la represión de las movilizaciones en El Alto. De lo contrario, mire usted, no se entiende que ante la evidencia presentada el magistrado haya tomando una decisión que pone en evidencia un sistema que lejos de ser perfectible, es un modelo de administración de justicia reconocido por la comunidad internacional. Y, ciertamente, a quienes fuimos testigos de aquella masacre, se nos revuelven las tripas, qué quiere que le diga este periodista que vio gente ametrallada en las calles, civiles como usted y yo, que ejercían su derecho a manifestarse contra un Gobierno que había perdido el oremus en febrero y en octubre daba sus últimas patadas de ahogado reprimiendo sin pudor para mantenerse en el poder a cualquier precio.
Ante esta realidad, naturalmente, no queda otra que apelar llegando, inclusive, a la cúspide de la pirámide jurídica estadounidense, entiéndase la Corte Suprema. En este caso, lo más probable es que se instale un nuevo proceso donde, supongo, algo tendrá que decir el Estado boliviano. Pero no sólo éste; entiendo que tras conocerse el uso de la violencia represiva en El Alto, el entonces vicepresidente Carlos Mesa se desmarcó del gobierno de Goni aunque mantuvo el cargo que luego lo llevó a la Presidencia. Siempre he sostenido que aquella decisión de Mesa fue coherente con los principios que siempre ha preconizado de respeto a los derechos humanos y por eso me extrañó sobremanera que no fuese testigo en este juicio. El expresidente señaló, a modo de justificación, que en su momento ya expuso ampliamente sus razones y que no necesitaba presentarse ante una corte norteamericana. Personalmente, debo decirlo, no estoy de acuerdo.
Estoy seguro, vamos, convencido, de que la voz y la palabra de Carlos Mesa, hubieran gravitado poderosamente en el jurado y en el ínclito juez Cohn. No hace falta ser Einstein para entender que si el vicepresidente se declaró contrario a una decisión del Gobierno que representaba por ser “inmoral”, la orden desde Plaza Murillo era reprimir hasta sofocar la protesta. En otras palabras, Carlos Mesa es la pieza clave para que James Cohn y la madre que lo parió entiendan que Sánchez de Lozada y Sánchez Berzaín son directos responsables de la muerte de sesenta personas, hombres, mujeres y sí, también niños. La cuestión es si el exmandatario, con todo lo que le está cayendo desde el Gobierno, respaldará la demanda de los familiares de las víctimas o se refugiará en su caparazón de probidad a prueba de chuzos políticas y dudosas imputaciones, viajes, carreteras y licitaciones, tentado por una candidatura que se advierte en lontananza que él rechaza, pero cómo le gusta que le ronden y lo propongan poniendo en un brete a Evo Morales y su MAS cada vez MENOS. Sí, Carlos, ha llegado el momento de dar la cara. Una vez más.