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Con 66,4% de los votos frente a un 33,6%, miles de irlandeses dijeron «sí» al aborto en un histórico referéndum, poniendo fin a una de las leyes más restrictivas sobre el tema. Una victoria arrasadora que viene a desautorizar la influencia de la Iglesia Católica en el país europeo, tradicionalmente conservador.

«Cuando yo era joven no podías comprar preservativos, ser homosexual, divorciarte (…) Ahora somos uno de los países más liberales del mundo. Increíble», escribió en Twitter Jason O’Mahony, un periodista de la edición irlandesa del Times.

Y no exagera. Sin importar si celebraron o no el resultado de la consulta, todo el mundo fue testigo de un cambio radical en la sociedad irlandesa, que comenzó con la implementación de una ley de divorcio en 1996, pero que se hizo especialmente evidente con la aprobación del matrimonio igualitario hace tres años. Reformas que, de hecho, fueron impulsadas también gracias a elecciones populares.

El diario Irish Times resume el cambio con la siguiente afirmación: «La ilusión de una Irlanda conservadora y dogmáticamente católica ha saltado por los aires». Para Michael Nugent, de la organización Irlanda Atea, el resultado sobre el aborto es «la caída de un Muro de Berlín católico que ha mantenido a un pluralista pueblo irlandés atrapado en las leyes de una Constitución católica irlandesa».

Para muchos expertos, una de las principales razones de la liberación que ha protagonizado la sociedad irlandesa tiene que ver con el colapso de la influencia de la Iglesia Católica en muchas de las esferas de la vida de los 4,8 millones de habitantes del país. La institución contaba con un rol predominante no solo a nivel religioso, sino que también lideraba las discusiones y decisiones políticas. Irlanda era y es aún considerada uno de los bastiones más relevantes del catolicismo en Europa.

Sin embargo, en las últimas tres décadas la credibilidad de la Iglesia se ha debilitado tras ser golpeada por una serie de escándalos. Los que más hondo calaron fueron los graves casos de abuso sexual a menores por parte de sacerdotes y el encubrimiento de sus delitos, y los detalles de maltratos de mujeres y niñas en lavanderías católicas manejadas por monjas, denominadas «lavanderías de la Magdalena».

La crisis se hizo notoria en los noventa, cuando surgieron las primeras revelaciones, paralelas a un auge económico que comenzaba a cambiar la forma de ver el mundo de la que hasta entonces era una nación pobre. «En vez de hacer reverencias cada que pasaba un sacerdote, se mantenían erguidos para decir: ‘Espere, padre, ¿qué fue lo que sucedió?'», relató Anthony Fannin, ingenio jubilado de 70 años, al New York Times.

Luego, en 2009 dos informes, Ryan y Murphy, revelaron lo que se consideró un problema «endémico» en la Iglesia irlandesa. En el primero, unas 2.000 personas afirmaban haber sufrido abusos sexuales en instituciones católicas. En el segundo, se daba cuenta de los casos de más de 400 niños que habían sufrido no solo vejaciones del tipo sexual, sino que también maltratos físicos y psicológicos por parte de 46 sacerdotes. Además, se constató que la arquidiócesis de Dublín había escondido los hechos con el fin de no afectar la reputación institucional.