La rutina se dice que es un esqueleto fósil cuyas piezas resisten a la carcoma de los siglos, no es hija de la experiencia; es su verdadera caricatura, así pues la una es fecunda y engendra verdades, estéril es la otra y por ende las mata.
En su órbita giran los espíritus incapaces. Evitan salir de ella y cruzar espíritus nuevos; repiten que es preferible lo malo conocido a lo bueno por conocer, ocupados en disfrutar lo meramente existente a aquello que turbe su cotidiana tranquilidad y les procure sus desasosiegos. La ciencia, el heroísmo, las originalidades, los inventos, la virtud misma, parecénles instrumentos del mal, en cuanto desarticulan los miserables resortes de sus errores, como ocurre con los salvajes, en los niños, y hasta en las clases incultas.
Meramente acostumbrados a copiar escrupulosamente los perjuicios del medio en que viven, aceptan sin controlar las ideas que se destilan en el laboratorio social; como esos enfermos de estómago inservible que se alimentan con substancias ya digeridas en los frascos de las farmacias. Su impotencia para similar nuevas ideas los constriñe a frecuentar las antiguas.
La rutina, es la síntesis de todos los renunciamientos, es el hábito de renunciar a pensar. En los rutinarios todo es menor esfuerzo; La acidia aherrumbra su inteligencia. Cada hábito es un riesgo, porque la familiaridad aviene a las cosas detestables y a las personas indignas. Los actos que al principio provocan pudor, acaban por parecer naturales. El ojo percibe los tonos violentos como simples matices, el oído escucha las mentiras con igual respeto que las verdades, el corazón aprende a no agitarse por torpes acciones.
Los perjuicios son creencias anteriores a la observación: los juicios exactos o erróneos, son consecutivos a ella. Todos los individuos poseen hábitos mentales; los conocimientos adquiridos facilitan los venideros y marcan su rumbo. En cierta medida nadie puede substraérseles. No son exclusivos de los hombres estúpidos, pero ellos representan siempre una pasiva obsecuencia al error ajeno.
Los hábitos adquiridos por los hombres originales son genuinamente suyos. La rutina es casi siempre colectiva y a menudos perniciosa, extrínseca al individuo, común al rebaño; consiste en contagiarse los prejuicios que infestan la cabeza de los demás.
La educación oficial involucro un peligro. La asechanza persiste en el inevitable trato mundano con nombre rutinarios.
Los rutinarios razonan con la lógica de los demás.
Ya es hora pues que cesen definitivamente las mentes rutinarias para que ya no se disciplinen por el deseo ajeno encajándose en su casillero social y no se recluten en las finas de su regimiento.
Dr. Jorge Lema Morales
Tarija, 18 de mayo de 2018