Noticias El Periódico Tarija

Hermanos divididos 

Admito que soy de las personas a quienes cuesta desconectar de la realidad que la rodea en vacaciones. Estuve veinte días en Tarija tratando de escapar del mundanal ruido y coincidí inevitablemente con las protestas cívicas contra la intención del presidente Evo Morales de presentarse a la reelección por mor de una cuestionada decisión del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP). Un día sí y al otro también, una parte de la población salió a las calles para exigir respeto al resultado del referéndum del 21 de febrero de 2016 que niega la repostulación de autoridades electas y, por supuesto, un servidor se vio obligado a contemplar la movilización desde el palco que ocupamos (aún) los periodistas sin más camiseta que la ropa interior. Fue una experiencia hasta cierto punto gratificante ver a mi pueblo unido detrás de un ideal cuando siempre he pensado que los tarijeños perdemos con frecuencia el norte de nuestros ideales sumidos en discusiones bizantinas que no conducen a ningún  lado; en este caso, tengo la impresión de que mi gente ha asumido la senda de la democracia como máxima expresión de la voluntad popular y está dispuesta y comprometida a hacer escuchar su voz hasta alcanzar su objetivo, lo que por lo visto en Plaza Murillo y alrededores no será fácil a poco de la convocatoria para este 21 de febrero que se avecina.

 El Gobierno ya ha convocado a sus movimientos sociales a repudiar el segundo aniversario del que denominan “el día de la mentira” en tanto los comités cívicos hacen lo propio apelando a la ciudadanía que representan. Estamos, por lo tanto, ante un momento delicado de alta complejidad donde la polarización de la sociedad es tan evidente que asusta. Hay familias, me consta, divididas entre masistas y no masistas (ya no digo “opositores” porque como fuerza política no existen), donde el diálogo y la argumentación son escasos reemplazados por las posiciones maniqueas e incluso el enfrentamiento. 

  Sin ir más lejos, paseaba con mi hijo durante un paro cívico y nos detuvimos en una calzada bloqueada por partidarios del comité que portaban la bandera departamental y mostraban un par de pancartas contra el Gobierno. Saludaron al reconocerme recordando la importancia de la medida asumida por los tarijeños para que Evo recapacite y nos dejaron pasar sin mayor complicación. Uno de ellos, un chico amparado en la seguridad que siempre otorga el grupo organizado, me espetó “¡masista!” sin ambages, fuerte y raso, esperando a que estuviera a diez metros de distancia. Aunque mi hijo trató de detenerme, volví sobre mis pasos y lo encaré. Le pregunté el por qué de esa actitud, utilizando la palabra como un agravio y con mucha educación (ya no estoy para enfrentarme con alguien en plena vía pública) le recordé que de masista nada, que soy periodista y que ni él ni nadie podía señalarme con un dedo acusador asociando mi ejercicio profesional con una filiación política. “¡Pero si usted le hizo la entrevista a Gabriela Zapata!” insistió vehemente desde su parapeto y yo, que no pincho ni corto en ese tema, le pedí evidencia, alguna prueba de ello. “Está en internet” repuso envalentonado. “¿En serio? ¿Estás seguro? ¿Te consta?” le lancé con contundencia, sin obtener respuesta porque él no las portaba consigo. “No” dijo monosílabo, y trazando una mueca sardónica en mi rostro bastante sofocado por el calor de aquel mediodía chapaco, posé una mano en su hombro derecho recomendándole una cosa muy simple: “Anda, lee e infórmate”. 

  La cosa no llegó a mayores. Jordi y yo seguimos nuestro camino en silencio hasta la plaza Uriondo y fue ahí, en la puerta de la casa de mis padres, cuando mi hijo de 15 años me dijo: “está jodida la cosa, Pa”. Lo miré a esos ojos verde esmeralda tan claros y limpios que no dejan lugar a la duda y le respondí: “Sí, cuando a los hermanos los divide la frontera de los ideales y los intereses creados”.