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ANDRÉS TÓRREZ TÓRREZ

Brasil fue la sede elegida para llevar a cabo  la primera Copa de la posguerra, luego de un receso de 12 años y con la memoria de la Segunda Guerra Mundial aún viva, el cuarto campeonato celebrado en el 50 prometía traer la alegría y la pasión que sólo un deporte como el fútbol puede generar.

Brasil se preparó con todo. Se decidió organizar el Mundial más espectacular hasta ese momento y mandó a construir para el evento, el colosal Estadio Maracaná, en la capital de ese entonces, Río de Janeiro. Con una capacidad para 200.000 personas, el predio parecía un símbolo perfecto de lo que podría llegar a ser el país “El más grande del Mundo”.

La sorpresa la dieron –entre los 33 países participantes- Inglaterra, Escocia, Irlanda y Gales, que se reincorporaron a FIFA, luego de un alejamiento de 17 años. En los octavos de final se produjeron 2 sorpresas, Suecia eliminó a Italia, el bicampeón de los años 1934 y 1938, y los Estados Unidos le ganaron a Inglaterra, Jerry Gaetjens, un jawahiano nacionalizado estadounidense hizo el único gol, le bastó para pasar a la historia. En ese partido el lateral derecho de Inglaterra fue Alf Ramsey, quien en 1966 y como director técnico, llevaría a la selección de su país a la conquista de la Copa.

A la ronda final llegaron los que debían: Brasil, España, Suecia y Uruguay, Suecia le ganó a España y perdió ante Brasil y Uruguay, España perdió ante Suecia y  Brasil y empató con Uruguay, Uruguay perdió un punto ante España, pero derrotó a Brasil y Suecia. Brasil les pasaba a todos por arriba. Cómo era lógico, la Copa se definiría entre Brasil y Uruguay. Por algo los organizadores reservaron para la jornada final ese enfrentamiento. Todo seguía en orden, Brasil y Uruguay jugarían la final del mundo el 16 de julio, Brasil tenía 4 puntos, Uruguay 3, Brasil marcó 13 goles a favor y 2 en contra, Uruguay 5 a favor y 4 en contra.

A los 3 minutos el segundo tiempo, gol de Brasil: Friaca. La coherencia estremece al Maracaná. El estruendo y los gritos de Brasil…Brasil. A los 66 minutos, centro atrás de Gigghia y Schiaffino clava el 1 a 1. ¿Sorpresa?.  No, con el empate Brasil sigue siendo campeón. A los 79 minutos GIgghia vuelve a escapar a la  marca de Bigode, pero esta vez en lugar de tirar un centro elige el remate al arco, Le pega fuerte y al primer palo ¡Gol! ¡Gol! Uruguayo 2 a 1. ¿Y ahora?. Terminó el partido y 11 uruguayos han enmudecido a 200 mil brasileños.

En el medio de la cancha un viejito es empujado de un lado a otro. No entiende nada. Bajo del palco de autoridades para ir hacia la cancha y entregarle la Copa que lleva en sus manos al capitán de Brasil, pero allí las únicas camisetas que se ven son todas celestes. Y el público no grita, llora. ¿Qué había sucedido?. Cuando abandonó el palco el partido estaba empatado y los brasileños eran los campeones. Mientras había el largo recorrido por el largo túnel que lo conducía hacia el campo de juego, se había producido el segundo tanto uruguayo. Un remate y un gol habían cambiado la historia.

“Me hallé solo con la Copa en mis manos y sin saber qué hacer. Terminé por descubrir al capitán uruguayo Obdulio Varela y se la entregué casi a escondidas, estrechándole la mano, sin decirle una sola palabra”, confesaría después Jules Rimet, presidente de la FIFA.

Aquella tarde del 16 de julio de 1950, fueron 203.567 aficionados que llenaron n estadio concebido para albergar un máximo de 183.354 personas. No hubo ni habrá seguramente, una definición de una Copa del Mundo, que haya sido acompañada de un silencio tan grande. Antes y después los protagonistas pronunciaron frases. Algunas entraron a la historia. Otras alimentaron la leyenda, como queriendo explicar la inexplicable.

“Los de afuera son de palo” dijo Schuber Gambetta cuando Míguez contó que el dirigente Jacobo le dijo: “Traten de no comerse 6,  con 4 estamos cumplidos”. A lo que el capitán Obdulio Varela replicó: “Cumplimos solo si ganamos la Copa”.

“Ninguno de nosotros pensó jamás que Uruguay pudiera ganarnos. Nos parecía que se conformaban con el segundo puesto”.  Dijo Ademir, centrodelantero y goleador del Mundial con 7 goles. El colofón lo puso Chico, puntero izquierdo de Brasil que a modo de consuelo dijo: “No siempre ganan los mejores”… 30 años después del Maracanazo, dejando escapar una lágrima.