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Cultura Colectiva

 

Sorbí de un tubo de cristal un humo que sabía tal cual a una tortilla quemada. Apenas sentí su efecto no puede continuar; retrocedí y quedé a mitad del camino, no pude seguir el viaje aún con la guía de mi amiga y un instructor —en realidad no sé cómo llamarlo. El humo me hizo toser y al sentir el golpe de la droga, como si algo me llevará hacia atrás, me dejé ir al suelo y apreté fuerte las cobijas con mis manos. Quería desprenderme de la sensación y en un intento me quité la chamarra; sentía una gravedad multiplicada, la mandíbula y las manos entumecidas, buscaba refugio y todo era esquinas grises y azuladas. Fragmentados desde dentro explotaban cristales en mi interior, entonces corrí a la habitación y me recosté en posición fetal. Me preguntaban “¿qué sientes?”. Son los dulces de mi niñez, esas paletas que estallaban en la boca; y es también la pesadilla de las naranjas, en la que mis dientes sangran y son atraídos por la tierra, como si quisieran caerse, mientras soy maldecida. “Nunca voy a ser suficiente”, repetía la maldición, ese temor eterno. “Nunca será suficiente, nada, ni yo, ni nada”. Lloré.

La DMT —Dimetiltriptamina— es llamada la molécula espiritual. Se trata de una sustancia con efectos psicotrópicos que se encuentra en la naturaleza; se extrae de la raíz de un arbusto —mimosa tenuiflora— endémico de México y parte de Sudamérica. Esta planta ha sido utilizada por muchas culturas nativas en rituales religiosos; así como para la creación de ungüentos que sanan la piel. En la actualidad se consume el extracto —o incluso su presentación en su forma sintetizada— como droga recreativa o para la exploración espiritual. Ésta puede fumar, inyectar o aspirar.

Cuando decides usar esta sustancia en un “viaje espiritual”, se recomienda que hagas una pregunta interna o te plantees resolver algo. A lo que pensé: “necesito entender la naturaleza humana, cómo es que somos un todo con los demás, con la Tierra y el Universo”. Necesitaba una respuesta sobre cómo deberían ser las relaciones humanas y con la naturaleza para fluir en armonía; si aspiro a emprender un proyecto de ciudadanía que se base en principios trascendentales, me suena lógico entender cómo la energía se mueve e interactúa. Esa era mi intención, quería encontrar eso en mi viaje.

La noche anterior a la sesión leí un par de capítulos del libro de Strassman, algo preocupada por el origen de la sustancia y sus efectos a la salud. Se dice que los riesgos de su consumo son mínimos y no genera dependencia física, pues incluso la producimos a los 49 días de haber sido concebidos —siendo aún fetos recibimos “el espíritu”. Se produce también cuando soñamos y al morir, nos acerca a una especie de sensibilidad, como una interpretación creativa de lo que percibimos como real. Al día siguiente de la experiencia continué la lectura, ahora enfocada en el capítulo sobre los sentimientos y pensamientos que habían surgido durante este viaje. Quería entender qué me había sucedido y por qué sentía una llama espiritual gracias a algo que pensaba era sólo un alucinógeno. En ese capítulo se menciona que el viaje te revela lo que tú necesitas, no lo que tú quieres; por lo tanto, aquello que más rechazamos ha de presentarse y nuestra disposición será la diferencia entre un viaje pacífico, amoroso, sanador o perturbador.

El guía de la sesión mencionó algo al respecto, nos pidió desprendernos de juicios y miedos para recibir con gratitud lo que trajera este viaje. En mi amiga se veía la ansiedad, quiso volar y encontró amor renovador; en mi otra compañera el dolor era evidente, buscaba escapar y encontró consuelo que sana. Yo estaba escéptica, pero decidida a encontrar mi respuesta. Ellas se entregaron, yo no lo logré; rechacé con firmeza el perder control de mí, quería estar segura, en un rincón donde yo guiara mi pensar. Lo que me inquietó al terminar fueron mis manos y boca. Era lo único que sentía en mi cuerpo. ¿Habrá tenido que ver mi amor por la palabra y la escritura?

Decidida a no dejarme vencer por esa primera experiencia, lo quise intentar una vez más. Dany, mi guía, tomó mis manos y me dijo: «cuando confíes y estés dispuesta a ir sin juicios, volvemos a hacerlo». Y volví. Sentada en flor de loto pasé todo ese humo y aún con disposición mi mente luchó contra mi voluntad. Filos curveados grises y azules aparecieron, me sentí pesada, abrí los ojos y me quise agarrar de algo, me pregunté «¿por qué lo hago nuevamente si antes no alcancé el viaje?». Cerré mis ojos de nuevo y era una niña, sola, de la que yo esperaba más, a la que estaba cuestionando. Justo en ese momento caí hacia atrás, sonreí y cruzando mis manos me dije: «te amo, niña». Lo repetí un par de veces y volví sonriendo con la dulzura de quien sabe que es amado, de quien no tiene expectativas que cumplir porque ya es todo, porque ya es aceptada y se permitió verse. No vi colores y tampoco viajé entre paisajes y tiempos, lo que sí sucedió es que dejé de identificarme con los adjetivos que me he colocado y que otros han usado para describirme. Mi mente no quería perder el control, no le gusta, se cree todopoderosa, y justo cuando solté todo eso con lo que me he identificado, cada conocimiento acumulado, en escasos cinco minutos pude simplemente ser, sin ningún adjetivo necesario, me amo. Fue el viaje de una niña, volví agradecida conmigo, el universo, mi guía y mis amigas, que me acompañaron sin presiones ni estigmas.

Abandonarse y confiar no es fácil, la ilusión del control es una droga tan potente y adictiva como cualquier otra. Nos hace alucinar al miedo como un paisaje de concreto, cómodo y seguro; a los juicios los disfraza de sabiduría y el ego es una visión colorida que confundimos con amor. Evadir o negar a través de cualquier medio, es una anestesia a la vida. Creo que puedo entender las drogas como un instrumento —interno o externo— que puede aislar o expandir la visión que tenemos sobre nosotros y el mundo; es decir, el DMT puede probar nuestra capacidad de confiar y entregarnos a sensaciones que están en nosotros, pero no entendemos. Por otro lado, el control puede ser producto de autoconocimiento y ayudarnos a crecer como seres humanos, pero también puede alejarnos de nuestra propia humanidad.

El DMT no es la única droga psicodélica que se emplea como medio de autoconocimiento, para lograr mayores niveles de consciencia, tratar la depresión, la ansiedad y ayudar en la recuperación de adicciones a drogas sintéticas, alcohol y tabaco. Los hongos y la ayahuasca también son usados para esos fines. Entre muchas otras, estas sustancias se encuentran en la naturaleza y muchos científicos trabajan con ellas e investigan los usos y alcances que pueden tener. Es necesario desprendernos del tabú que hay en torno a ellas, recordemos que lo que conocemos como medicamentos también son drogas y tienen efectos secundarios dañinos para la salud. El espíritu se enriquece con la relación que se tenga con todo lo que nos rodea, con el entendimiento de que los otros son parte de nuestro ser y nosotros somos parte de la Tierra. Somos principio y fin, un todo con el Universo.