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MOSCÚ

La prensa inglesa, propensa a titulares de fuerte impacto, se frotó las manos. El número, el partido, la lejanía. Todo formaba parte de un combo difícil de pasar por alto. «¿Hasta dónde irías para ver a tu equipo jugar un partido de fútbol?», se preguntaban. Los 10.330 kilómetros que hicieron los hinchas de Luch-Energiya Vladivostok para ser testigos de un pobre empate a cero ante Baltika Kaliningrado eran la tentación perfecta para etiquetarlo como «el día más largo del fútbol ruso». Fueron más de 20.000 kilómetros de ida y vuelta. Vuelos de 14 horas, con escala en Moscú, y mucha paciencia. En estos casos, ir por tierra está casi descartado: se calcula casi una semana de viaje. El duelo se dio en marzo, en un encuentro de Segunda. Vladivostok, a orillas del Mar de Japón, y Kaliningrado, un enclave portuario aislado del resto del territorio ruso y ubicado en el corazón de la Unión Europea, son los extremos de un país que atrapa por su historia, su cultura y sus distancias. Un rincón del planeta sobre el que se posarán los ojos del mundo entre junio y julio de 2018. El Mundial será la excusa perfecta para que los anfitriones den muestra de su vastedad. Se sienten cómodos en la magnificencia.

Kaliningrado será una de las sedes. Y el mundo dará cuenta de una región que es un mucho más que una ciudad portuaria. A 1300 kilómetros de Moscú, es un enclave ruso en el corazón de la Unión Europea, entre Lituania y Polonia. Un rincón estratégico que perteneció a Alemania hasta la Segunda Guerra Mundial -cuando su nombre era Königsberg- , y que el próximo año será la única sede mundialista geográficamente separada del resto de Rusia. A orillas del Mar Báltico se jugarán cuatro partidos de la primera rueda: el Arena Baltika recibirá encuentros de los grupos C, D, F y H. Ciudad natal del filósofo Emmanuel Kant, ahora está enfrascada en un carrera contrarreloj para terminar la obra de renovación de su aeropuerto, por lo que se calcula que no estará operativo hasta marzo del próximo año.

Königsberg -«Monte del Rey», en alemán- fue fundada en 1255 y estuvo bajo posesión prusiana hasta la unificación de Alemania. Pero las guerras de comienzo del siglo pasado terminaron por aislarla del territorio germano. Y el Ejército Rojo, en 1945, más el interés por un puerto libre de hielo durante todo el año hicieron el resto: la Unión Soviética aprovechó el reajuste de fronteras y anexó a Kaliningrado, rebautizada en honor a Mijail Kalinin, un revolucionario bolchevique. Su elección para ser una de las 11 ciudades-sede del Mundial parece tener el objetivo de mostrar que Rusia no termina en Moscú. Y que hay vida más allá de las fronteras que muestran los mapas. Una expansión de otro siglo que estará reflejada en la primera cita mundialista disputada en Europa del Este.

Visitar Kaliningrado será como moverse por una ciudad entre soviética y alemana. Algo detenida en el tiempo, pero con la combinación perfecta entre la arquitectura de unos y el orden de los otros. Un maridaje que también llega a las comidas. Siete siglos de influencia no fueron en vano. Y las recetas se aferran a tradiciones alemanas, rusas y bálticas. El repaso gastronómico al respecto no deja lugar a las dudas: quienes ya disfrutaron de la cocina local destacan que el mazapán de Königsberg es, junto al de Berlín y Lübeck, uno de los más famosos del mundo y que se puede comprar en forma de pastel, figuras o pan. El queso, la anguila ahumada, la sopa de pescado y la ensalada de morcilla, siempre con la cerveza como compañía, cierran un menú tentador. El fútbol será sólo un vehículo para meterse de lleno en barrios con un fuerte bagaje histórico. La zona donde se ubica el Arena Baltika (con capacidad para 35.000 espectadores) no es la excepción: las casas bajas, los pinos, las estatuas, las flores rojas en las plazas y las anchas avenidas dominan la escena.