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Si esto te parece machista y transgresor para los Derechos Humanos de las mujeres, lo que ocurre en esta localidad te va a provocarte náuseas.

«Ser una buena esposa búlgara implica aspectos como ser una buena madres, ama de casa y la cocinera perfecta, una que sorprenden al hombre con muchos platillos hechos todos los días, con una enorme imaginación», se lee en un medio local del país europeo.

Si esto te pareció profundamente machista y transgresor para los Derechos Humanos de las mujeres, lo que ocurre en una de las localidades más tradicionales del país va a provocarte náuseas: niñas y adolescentes vírgenes son vendidas para casarse con el mejor postor.

«El mercado de la novia es una tradición antigua, esencial para la identidad Kalaidzhi, por lo que esta costumbre ha sobrevivido. Pero en estos días la mayoría de las niñas tienen un elemento de elección, aunque sea por la presión familiar, con respecto a con quién se casan», explicaron para Broadly, Milene Larsson y Alice Steincreadoras del documental Novias jóvenes a la venta.

Puntualizaron que «eso de ninguna manera justifica la inquietante idea de que las mujeres son propiedad de las que puedes vender, pujar y comprar, y cómo las vidas de estas chicas ya están predestinadas desde su primer día. Se crían para no descubrir quiénes son y sus ambiciones personales, sino obedecer y servir a sus futuros maridos».

Es decir, las familias de las niñas tienen muy claro cuál será el destino de sus hijas y se esfuerzan desde que son muy pequeñas para prepararlas a aceptarlo sin que pongan peros. Esta extraña ceremonia se practica en Stara Zagora, una provincia de Bulgaria que ha sido segregada justo por la rigidez de sus costumbres.

Según Daily Mail, las comunidades que se reúnen en estas fiestas son parte de una los kalaidzhis que agrupa a unos 18 mil romaníes. En Stara Zaroga la principal actividad económica es la metalurgia, por lo que la profesionalización en otras áreas del conocimiento no es del todo común. Incluso, desde su primera menstruación, algunas niñas son obligadas a dejar la escuela para prepararse por completo para ser esposas de alguien.

Debido a la marginación que han vivido desde hace cientos de años, esta localidad sufre una alarmante situación de pobreza, lo que no justifica estas acciones, pero al menos explica la falta de visión en cuanto a la garantía de los derechos más esenciales de las mujeres como, por ejemplo, decidir si quieren casarse y con quien.

En el evento, están presentes tanto las familias de las esposas potenciales como de los jóvenes que planean comprarlas. Son, por lo general, los padres quienes deciden —de acuerdo al monto de la transacción— si su hija es vendida o no.

Algunos adolescentes tienen comunicación días previos al encuentro mediante redes sociales y llegan a crear una especie de relación. Sin embargo, no son ellos quienes deciden con quién contraerán nupcias, sino sus progenitores. Por otro lado, si una mujer no es virgen es sumamente difícil que sea comprada; al contrario, es juzgada y humillada fuertemente. Las niñas tienen claro que su castidad es la moneda de cambio que, literalmente, les da valor en el mundo en el que se desenvuelven.

Al ser parte de sus tradiciones ancestrales, a ningún habitante parece extrañarle este comercio. El resto del mundo podrá ver estas prácticas con muy malos ojos pero no pueden hacer más que eso.

Quienes abogan por normalizar esta «tradición» argumentan que «ellas están de acuerdo», pero olvidan que es así porque no tienen otra opción. Su destino ha sido ya elegido desde el seno familiar; todo lo que han aprendido es que llegará una edad en la que serán vendidas. Así como en occidente, donde también existen matrimonios pactados, esta es otra manifestación de una malsana justificación que el mundo encuentra para continuar cosificando y violentando al género femenino.