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Por Ramón Grimalt

Perder forma parte de la vida. De hecho, he perdido más veces de las que he ganado y, lo reconozco, aceptar la derrota es doloroso y uno tarda un tiempo en recuperarse. Pero no queda otra, hay saber perder y prepararse para ganar. La madre Teresa decía que no hay que contar las veces que uno cae sino las que se levanta y no le faltaba razón a quien se tropezaba una y otra vez con el muro de una sociedad insensible, fría e intolerante. Aquella admirable y santa mujer, sabía que todo su proyecto de vida se derrumbaba si flaqueaba; por eso se hacía fuerte en la desgracia y volvía a la brega con la persistencia de alguien tocada por una suerte de gracia divina.

Otra cosa, por supuesto, es acostumbrarse a perder. Me llamó poderosamente la atención que los jugadores y el cuerpo técnico de Wilstermann después de ser caer vapuleados ocho a cero por River Plate  justificaran el bochorno tirando del tópico “el fútbol es así”, cuando tuvieron la oportunidad de hacer historia. Desde Mosquera a Zenteno, cada uno de ellos alzó los hombros resignándose a un destino ingrato, mandando a la afición un mensaje lastimero impropio de un deportista que tiene la obligación moral de competir. Hablando en oro, la palabra resignación no existe en el diccionario del deporte. En cambio en la práctica de la democracia es preciso, fundamental, incorporarla, entenderla y asumirla con templanza y normalidad. Lo contrario supone un retroceso a un escenario de oscurantismo y totalitarismo que no condice con lo que hoy conocemos como estado de Derecho que no es lo mismo que derecho de Estado. Hoy, cuando Bolivia debate la conveniencia o no de que el Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) viabilice la candidatura de Evo Morales a la Presidencia en las elecciones generales de 2019, la sociedad, más allá de sus filias y fobias políticas, debe entender que nada ni nadie está por encima de la soberanía del pueblo y que los resultados que surgen de las urnas están protegidos por un pacto social inquebrantable que nos ha costado sangre, sudor y lágrimas, demasiadas lágrimas, conseguir y consolidar. Por eso cualquier otro contexto que no sea respetar la soberana decisión de los bolivianos y bolivianas fragmentaría el de por sí frágil vaso de la democracia y para eso, usted y yo lo sabemos perfectamente, no sirve la gotita de Poxipol.

Lo democrático, en todo caso, sería que ateniéndonos al respeto que merece el referéndum del 21 de febrero de 2016, Morales y García Linera dieran un paso al costado y esperaran un periodo constitucional. Pero eso, por lo visto, no sucederá. Desde el Movimiento Al Socialismo (MAS) se agotarán todos los recursos legales para garantizar la continuidad del binomio conscientes de que al otro lado de la vereda, la oposición es un pálido reflejo del sistema de partidos políticos llamados “tradicionales” sin peso específico, con poca presencia y escasa o muy limitada simpatía entre la opinión pública que, por cierto, tampoco parece demasiado consciente de lo que se avecina.

Quizás es ahí mismo donde hay que voltear la mirada, a ese electorado que en su momento votó NO a la reelección y que desde su expectante silencio espera el momento de volver a ser convocada por la misma fuerza motriz de la democracia.