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MADRID, 16 AGO

El Real Madrid conquistó su décima Supercopa de España, con una autoridad incontestable ante un Barcelona que no despierta de la conmoción de haber perdido a Neymar, superado nuevamente por una primera parte madridista mágica, liderada por Marco Asensio (2-0).

La Supercopa de España plasmó la distancia actual entre dos grandes enemigos. Del estado de gracia del Real Madrid a la impotencia y la desesperación de un Barcelona que nuevamente se vio superado, muy lejos del nivel que exhibe el bloque de Zinedine Zidane con variantes diversas para golpear sin misericordia.

La final se presentaba para el Barcelona como la mejor oportunidad para huir de la depresión y trasladar a su afición un soplo de optimismo tras la fuga de Neymar. Frenar el ciclo victorioso madridista era el objetivo, pero instalado siempre en un escalón anímico inferior a un Real Madrid en estado de gracia, su realidad fue cruda. Los de Zidane sacaron a relucir sus debilidades y provocaron impotencia y desesperación. Los fichajes le urgen. Construir una nueva ilusión.

Se presentaba como un imposible en el momento actual levantar la final, los dos goles de desventaja de la ida y golear en el Santiago Bernabéu. La apuesta táctica de Ernesto Valverde fue apostar por defensa de tres con Sergi Roberto y Jordi Alba como carrileros. La idea podía ser buena con otros centrales. A Mascherano se le ve a otro ritmo y Umtiti sufrió cada vez que tuvo que tapar las subidas de Lucas Vázquez.

Zidane se permitía el lujo de rotar en una final. Sentar la magia de Isco y a dos jugadores indiscutibles como Casemiro y Bale. Los nombres dan igual. Exhibe una profundidad de plantilla, con futbolistas enchufados que no rebajan el nivel. Su estado de ánimo le invitó a no especular con el resultado de la ida y salió volcado, a desenmascarar las debilidades de su gran rival en un momento de duda. Lo atropelló con presión alta y un ritmo de juego endiablado.

El Bernabéu entraba en éxtasis con un nuevo golazo de Marco Asensio. Le bastaron cuatro minutos para conseguir lo que Bale aún no ha hecho en toda la pretemporada. De un saque de banda inventó un zurdazo espectacular, con una parábola imparable para Ter Stegen y que provocaba un gesto mayoritario en la grada, las manos en la cabeza y cara de asombro. El niño lo había vuelto a hacer.

Desató un fútbol de diversión, con taconazos, rápidas transiciones, subidas continuas de laterales, robo en campo contrario. El Barcelona despertó cuando ya perdía y se cumplían once minutos de partido. Con Messi tapado nuevamente por un Kovacic colosal, el orgullo de Luis Suárez invitó a la reacción. Peleó la primera con Ramos antes de asistir a André Gomes que no llegaba a tiempo, como le ocurrió en todo el clásico. El uruguayo la enganchaba arriba segundos después.