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Por el año 1607,  los sacerdotes jesuitas  Samaniego y Oliva, ya recorrían las tribus diseminadas en el rio Guapay y los Padres Ortega y Villamáo, llegaron a los pueblos que orillan la frontera de Tarija.  La insistencia del Virrey del Perú y del Presidente de la Audiencia de Charcas obligó a los jesuitas a probar de nuevo su valor y fe en contra de toda esperanza.  En el año 1730 tres valientes jesuitas escogidos entre los más fervorosos que residían en las reducciones del Paraguay,  llegaron a Tarija, con la ardua misión de conquistar a los protervos Chiriguanos, ellos fueron los Padres Julián Lizardi, Pons y Chome”.  Estos religiosos, exploraron  gran parte de la nación Chiriguana, con peligro inminente de sus vidas y con mil  privaciones. Es de notar que la conquista de los salvajes, quedó encargada exclusivamente a los Jesuitas, por disposición del Virrey de Lima emitido en  fecha 7 de mayo de 1731.

En ese año, en plena revuelta chiriguana, fueron lanzados prácticamente al fuego los padres jesuitas Julián de Lizardi,  Ignacio Chomé, Bartolomé Jiménez y José Pons.  Entre 1732 y 1734 fundaron en el Valle de Salinas las reducciones de Santa Ana y Rosario, y lograron reconstruir Concepción.  El P. Lizardi fue asesinado salvajemente en Concepción en 1735, durante un ataque de ordas chiriguanas procedentes del Valle del Ingre, que no pertenecían a las reducciones y que las veían a los religiosos como una avanzada española.

Julián de Lizardi, nació en la Villa de Asteazu, comuna de Vitoria, Guipúzcoa, norte del Reino de España, el 30 de noviembre de 1696  e ingresó a la  Compañía de Jesús los 16 años de edad.  El 5 de abril de 1717 embarcó en Cádiz con dirección a Buenos Aires para recibir el sacerdocio jesuita el 15 de noviembre de 1721. Cuatro años más tarde iniciaría su incursión desde Tarija en las Misiones Jesuíticas para ejercer la evangelización  en los territorios indígenas de los chiriguanos y tobas. Murió el 17 de mayo de 1735 a los 38 años de edad. Uno de los bellos capítulos de ese apostolado, que relata el padre Alejandro Corrado, al ocuparse del asalto de los indios al pueblo y misión de Tariquéa cuando dice:

“Nebuloso y frío asomó el día 16 de mayo de 1735. El P. Lizardi había subido al altar para celebrar el augusto sacrificio, cuando una horda furiosa de Chiriguanos que venía de Ingre, cayó improvisadamente sobre la pequeña colina de Santa Ana, entraron a la Capilla, mataron a un español arrancaron del altar al venerable sacerdote, lo despojaron de las sagradas vestiduras, le desgarraron la sotana y maniatado lo sacaron fuera.  Fue puesto a saco la Iglesia, hecha pedazos el ara, llevados los vasos sagrados, destrozadas las imágenes. Derribada de su trono la devotísima estatua de la Inmaculada, titular de la reducción y sacada a la plaza la hirieron con fechas y le cortaron la cabeza y las manos; el venerable tronco fue arrojado a un pajonal.  Reducido a cenizas todo el pueblo y la Iglesia, marcharon los invasores llevándose atado al santo misionero Lizardi y con el veintitrés de sus neófitos. A una legua del pueblo hicieron noche.  Afligido  y agobiado por el asma, medio desnudo sobre el húmedo suelo, bajo un cielo brumoso, pasó una noche de martirio el bendito Lizardi y amaneció incapaz de dar un paso. Furiosos los bárbaros los desnudaron e hiciéronle sentar sobre una gran piedra  como en un ara de sacrificio. Treinta y dos fechas se hincaron en las carnes de la inocente victima; una le atravesó el corazón. El cadáver del misionero, 22 días después de su sacrificio, fue hallado y recogido por el Padre José Pons y en una decente arca fue traído de Tarija, cuyo pueblo salió a encontrarlo con solemne procesión”.

El registro histórico  de la época apunta:  “ …Las campanas de la Iglesia Matriz, alzaron repique anunciando la llegada de los restos del mártir jesuita a la Villa de Tarija lanzándose el pueblo a sus calles para recibir, custodiar y velar al sacerdote que había compartido con el pueblo antes de iniciar la misión de evangelización en la chiriguanía, siendo sepultado al lado del Evangelio, en la Iglesia de San Bernardo de la Compañía de Jesús”, actual Iglesia Catedral de la ciudad.  El convento de los Padres Jesuitas  ocupaba la manzana del actual Colegio Nacional San Luis y el Templo, conocido  por “Iglesia Matriz”, posteriormente tomó el nombre de Iglesia Catedral.  De la “Iglesia Matriz”, Don Ignacio de la Cava y Fuentes fue el primer Cura Vicario quien estaba vinculado por lazos de sangre con el fundador de Tarija, Don Luis de Fuentes y Vargas.

En 1899 el sacerdote inglés Kenelm Vaughan, inicio en la Villa de Tarija,  las labores de identificación del sitio donde habían sido sepultados los restos del P. Lizardi. Sus primeras consultas fueron con  el Padre Guardián, el  Cura Don José Félix Castrillo, el Prefecto Don Sebastián Cainzo y varias personas, quienes  manifestaron desconocer en sitio. El  registro histórico  escrito por el padre Lozano, sobre la vida del mártir dice que: “Se depositó al lado del evangelio debajo de la credencia del altar mayor, en lugar separado”.

En la Biblioteca de los franciscanos de Tarija se halló la vida del P. Julián de Lizardi  y permitió el  hallazgo de su cuerpo.

A partir del escrito del P. Lozano, Vaughan  recorrió todos los rincones de la Iglesia Matriz, la sacristía y el subterráneo de la iglesia a indicación de Rufino Tejerina, antiguo y fiel sacristán, descubriéndose las tumbas de los misioneros y sus huesos esparcidos sin orden ni respeto, encontrándose debajo del altar mayor escombros y una tablita carcomida y vieja cuyo texto en letras toscamente labradas registraba esta inscripción: “HIC JACET CORPUS VENERABILIS MARTYRIS JULIANI DE LIZARDI, SOCIETATIS NOSTRAE QUI OB EVANGELII PREDICATIONEM ET FIDEI DEFENSIONEM DUM SACRIS OPERARETUR A BARBARIS CHIRIGUANIS COM PREHENSUS SAGITTIS QUE CONFUSSUS, ORBIIT DIE 17 MAII ANNI 1735”. Este hallazgo se registró el 3 de marzo de 1990.

Don Eusebio Lema, Presidente del Consejo Municipal confirmó a Vaughan la existencia de la tabla que señalaba el sitio en la Sacristía, procediéndose a la excavación del muro y hallándose un cajón que media tres pies y cinco pulgadas de largo por dos pies de hondo y dos pies de anchura, cuyo contenido  fue examinado delante del Prefecto de Tarija, Sebastián Cainzo el Cura José Félix Castrillo, Fray Alejandro Román, Guardián del convento de San Francisco y demás autoridades eclesiásticas y civiles del pueblo. El cajón era de cedro, cubierto con bayeta roja, rodeada con cinta de seda, clavada con tachuelas de bronce y asegurada con lacre, sellado con el escudo de los Hijos de San Ignacio de Loyola.

 

Don Eusebio Lema dio razón del lugar donde fue posible hallar el cuerpo del P. Lizardi

El carpintero don Francisco Lescano, fue el encargado de abrir el cajón encontrándose lo que fue una rama de palma, símbolo del martirio, sobre los restos óseos de la rodilla derecha un pedazo de cuero de buey, que como la tradición cuenta, el Padre Julián llevaba en vida como penitencia y fue sepultado con él, de donde se dedujo que aquellos restos pertenecían al  mismo cuerpo que con tanto afán buscaba. La prueba más positiva y decisiva, fue el documento que contenía en letras antiguas: “Este es el cuerpo del venerable Padre Julián Lizardi, que murió a manos de los indios Chiriguanos el día 17 de mayo de 1735”. Sebastián Cainzo, Gobernador de la Provincia de Tarija, asistió al acto de abrir la caja que contenía el cuerpo del V. P. Julián de I.izardi.

Francisco Lescano

Grande fue el gozo de los tarijeños, que se echaron las campanas a vuelo y se hicieron expresiones festivas con centenares de personas que encontraron a la sacristía de la Iglesia Mayor para contemplar el cuerpo del mártir. Quisieron venerarlo con tal empeño, que el cura párroco tuvo que cerrar las puertas de la iglesia para impedir que la gente devota rindiese el culto que la iglesia no permite sin previa beatificación. Quedando así manifiesto que el cuerpo hallado era del venerable Julián de Lizardi, el señor cura lo depósito de nuevo en el hueco del muro del santuario, poniendo encima para indicar el lugar, este rotulo: “Aquí descansa el cuerpo del venerable mártir Padre Julián Lizardi, que habiendo sido prendido por los barbaros chiriguanos al celebrar la santa misa y martirizado a flechazos, murió el día 17 de mayo de 1735”.

 

Sacristía de la Iglesia Matriz de Tarija, donde se estaba depositado el cuerpo del P. Lizardi  señalado con una cruz en la pared.

En memoria de este sacrificado sacerdote jesuita el Gobierno Municipal de la ciudad de Tarija, nominó con su nombre a la plazuela que se encuentra contigua al Coliseo Deportivo y frente a la Iglesia Catedral de nuestra ciudad. Tras los  hechos ocurridos con el sacrificio del P. Julián Lizardi, el P. José Pons continuó trabajando en el Valle de Salinas. Hombre excepcional, pudo quedarse por haberse adaptado a la mentalidad chiriguana. Después de acompañar durante varios años a los grupos errantes, en 1750 estableció una pequeña misión, que también se llamó Rosario, con 50 chiriguanos y 25 matacos.

Sebastian Cainzo, Gobernador de !a Provincia de Tarija

Dejando de lado los métodos tradicionales, Pons no estableció horario alguno, permitiendo a los chiriguanos rezar o no rezar, cazar, pescar o descansar a su aire. Y a pesar de la tradicional hostilidad entre chiriguanos y matacos, el pueblo no sólo no se disolvió sino que continuó creciendo. Muerto Pons en 1761, sus sucesores jesuitas siguieron fielmente sus métodos.

Seis años después, Rosario contaba con 268 chiriguanos y 56 matacos.  Cerca ya de la expulsión, el jesuita tarijeño P. Roque Gorostiza  fue misionero entre los indios vilelas y lules en el Chaco de la Gobernación del Tucumán. Escribió una relación de su viaje de 1762 a las tierras de los chunupíes del río Bermejo, primera entrada a la zona realizada sin acompañamiento de soldados.