Noticias El Periódico Tarija

Por Ramón Grimalt

No se trata precisamente de una mezquita, pero quienes acuden a ella saben que encontrarán la paz. Está ubicada en la parte alta de Sopocachi, el barrio más cosmopolita de la ciudad donde coinciden artistas bohemios y no tanto, extranjeros nostálgicos refugiados en las cafeterías aledañas a la Plaza Abaroa y escritores, periodistas, amantes y amadas, paseadores de perros y actores y actrices. Todos ellos aportan su cuota de bullicio, esa savia imprescindible, necesaria, para revitalizar el sistema circulatorio que recorre este rincón de encuentros y debates, ideas y creencias sólo superadas por la vorágine de una cotidianidad tan absorbente como insoportable, la misma que impulsa a Mahmud a exclamar desde lo más profundo de su ser: ¡Una vez más! ¡Lo hicieron una vez más!

Llegado hace una década procedente de Ramalah, el palestino se lleva las manos al rostro cuando CNN transmite en directo desde Londres donde se han producido una serie de ataques calificados inmediatamente de “terroristas”.

-Mira, otra vez Europa. Le comento sin perder detalle del reporte especial que quiebra la programación de la tarde de sábado. Mahmud me dedica una mirada que refleja su pesadumbre ante la brutalidad de aquella acción.

-Y la semana pasada, Kabul. Allí murieron cerca de cien personas. Al día siguiente no hubo un hashtag solidario. Tampoco una camiseta. Nadie dijo “Todos somos Kabul”. Lo entiendo. Es la exclusiva mirada occidental del conflicto.

-“¿Conflicto?” ¿Así calificas esta bestialidad?

Mahmud sonríe tímidamente mientras me sirve una taza de té.

-Son brutales, te concedo esa licencia. Yo lo veo de otro modo. Esto es una guerra, que no te quepa la menor duda al respecto. Hay un entorno de conflicto: Siria, Irak, Libia. Y mi tierra, claro está. ¿Tienes idea de la represión sistemática de Israel? ¿Conoces nuestra realidad? ¿Sabes por qué un día decidí hacer las maletas probablemente para no volver?

Callo y otorgo. En su mirada detecto el peso específico de la historia. Su padre luchó en la Guerra de los Seis Días contra el ejército israelí. Fue prisionero en los Altos del Golán y conducido a un campo. Jamás se le reconoció esa condición. Fue tratado como un terrorista. Pocos días después Israel bombardeó varios pueblos en una operación de castigo por apoyar a la República Árabe Unida. Allí murió su tío Iman, un hombre religioso incapaz de hacer daño a alguien. No sería la única víctima.

-Mataron mujeres y niños. Los fotógrafos de prensa hicieron su trabajo. Aún conservo un recorte del New York Times. Es la foto de una madre llorando sin consuelo posible sobre el cadáver de un niño rescatado entre los escombros de lo que supongo era su casa. El pie de foto dice: “La aviación israelí bombardeó Rafah y asegura el control de la zona de conflicto”.  Eso es todo. Nuestro consuelo fue contraatacar. ¿Qué hubieras hecho tú?

Niego con la cabeza en silencio. Evoco a quienes después de la entrada de las tropas franquistas en Barcelona, el 26 de enero de 1939, no se resignaron a la derrota refugiándose en el monte para luchar codo a codo con los maquis contra los fascistas españoles y los nazis a salto de mata en la frontera natural de los Pirineos. Tanto para unos como otros los guerrilleros eran terroristas. El objetivo de sus atentados eran los puestos militares y policiales, saboteaban las comunicaciones, volaban puentes y vías férreas, asesinaban a sangre fría a oficiales en un momento de descuido, ponían en jaque a las autoridades impidiendo que durmieran tranquilas y aunque la respuesta solía resultar brutal, desproporcionada, claudicar era un verbo descartado en su gramática.

-Pero esto no es lo mismo, Mahmud. Aquí y ahora se ataca a la población civil. Inocentes.

El palestino asoma la cabeza por un ventanuco que da a la calle Ecuador. Me parece un perro  olfateando en el frescor de la tarde que languidece detrás del Illimani. Las primeras luces artificiales se encienden como tímidas luciérnagas en la elegante sobriedad de la noche temprana. Cuando encuentra una respuesta, cierra la ventana y se arrebuja en una chilaba.

-Esto es una guerra. En todo conflicto hay víctimas colaterales. Yo rezo por cada una de ellas. Alá no es un Dios violento. El Corán no predica la muerte. El Islam no es sinónimo de violencia. Somos gente de paz. Pero está en juego nuestra supervivencia como pueblo. Por eso nos vemos forzados a responder. Otra cosa es el Estado Islámico y antes Al Qaeda. No son combatientes de la libertad. Son rufianes y asesinos. Utilizan la religión como una excusa perfecta para adoctrinar a jóvenes desconcertados, deprimidos por las circunstancias, hijos bastardos de una Europa excluyente, en crisis, donde el estado de bienestar es sólo para algunos.

Mahmud habla desde el corazón, lo percibo en cada una de sus palabras. Usa frases cortas, sintéticas, precisas y medidas. Deduzco que piensa en árabe, procesa y traduce al español con la simetría de quien desea transmitir un mensaje claro y conciso, sin fisuras sujetas a la libre interpretación.  Se trata de un hombre formado, leído, culto, con quien da gusto charlar en medio de tanto político de medio pelo e intelectual de cóctel, con el Libro Gordo de Petete bajo el brazo y aquí paz y luego gloria. Pero también es alguien que sufre por dentro; le carcomen los recuerdos, la tristeza del errante en busca de una tierra prometida arrebatada en su momento por intereses geopolíticos de terceros, aquellos que decidieron sin preguntar, importándoles muy poco o nada las consecuencias y así les brilla el pelo: París, Bruselas, Manchester, Londres… Y lo que vendrá.

Al despedirme le deseo que la paz siempre esté con él, y me retribuye llevándose la mano derecha al corazón. Mientras espero un taxi reflexiono sobre nuestra conversación y concluyo que la ideología siempre explica el mundo y sus vaivenes con respuestas simples, de manual, con el fin de simplificar la complejidad.

La religión remite todas esas respuestas a los textos sagrados, el dogma de fe incuestionable que no se puede interpretar y, por lo tanto, razonar. Hoy, mientras en Occidente creemos que siglos de evolución intelectual se condensan en un dispositivo electrónico, en algún recóndito lugar del corazón de la vieja Europa se maquina un nuevo ataque. Quienes se sienten hijos de un dios menor lo tienen claro: es nuestra oportunidad de revancha.